HOMENAJE A LOS 33 MINEROS Y EQUIPO DE RESCATISTAS
Discurso de S.E. el Presidente de la República, Sebastián Piñera, en la presentación de la Comisión para la Seguridad en el Trabajo
Santiago, 23 de agosto de 2010
Para mí es un momento de gran privilegio y de mucha emoción poder compartir con ustedes unas pocas reflexiones. A mis espaldas, durante casi 70 días flamearon 33 banderas, 32 banderas chilenas y una bandera boliviana, que los representaron a ustedes en este Patio de Los Cañones, mientras ustedes luchaban por sus propias vidas. Pero también se encendieron 33 velas, que estuvieron prendidas e iluminando durante esos días que comenzaron como una posible tragedia, pero que terminaron como una verdadera bendición.
Todos los días me emocionaba de ver que mucha gente, porque por este Patio de Los Cañones y por esta Moneda pasa mucha gente y prácticamente ninguno dejaba de acercarse a este altar y compartir con ustedes una oración, una plegaria, un mensaje de esperanza. Porque si alguien dudaba antes de este accidente que la fe mueve montañas, si alguien dudaba que cuando los chilenos nos unimos somos capaces de lograr grandes metas, si alguien dudaba de nuestras capacidades para alcanzar grandes logros, creo que el ejemplo de ustedes ha disipado las dudas. Esas dudas desaparecieron con lo que hoy día es conocido como “el milagro de San José”. El milagro de esta historia, porque es una historia que tiene todo para llegar a las profundidades del alma y del corazón no solamente de los chilenos, y lo pude constatar en nuestro reciente viaje a Europa, sino en el mundo entero.
Lo cierto es que en un desconocido yacimiento del desierto más seco del mundo, de Atacama, se produjo algo que los chilenos no vamos a olvidar nunca, pero que logró llegar al fondo del corazón, emocionar, conmover, convocar y comprometer a miles de millones de hombres y mujeres en el mundo entero.
Los buscaremos como a nuestros hijos
Lo recuerdo como si fuera hoy ese día jueves 5 de agosto. Estábamos con el ministro de minería Laurence Golborne en Ecuador preparándonos para una importante reunión con el Presidente Correa, y después íbamos a asistir al cambio de mando del Presidente Santos, en Colombia, cuando tarde esa noche del jueves nos enteramos del accidente. Y rápidamente pudimos dimensionar la magnitud del accidente, 33 personas, 33 seres humanos, 33 mineros atrapados en lo más profundo de las entrañas de la montaña, debajo de miles de toneladas de roca, era algo que parecía como una tarea imposible.
Sin embargo, en ese mismo instante, cuando pudimos constatar que la empresa que explotaba la mina no tenía ninguna capacidad de enfrentar el esfuerzo de búsqueda y rescate, tomamos la decisión de asumir en plenitud el cien por ciento de la responsabilidad y el compromiso de buscarlos, a cada uno de uno de ustedes, como si fueran nuestros hijos, encontrarlos con la ayuda de Dios y rescatarlos con el aporte y la contribución de miles y miles de héroes, algunos conocidos, otros anónimos, que se entregaron por entero mientras ustedes estaban en las profundidades de la montaña.
Fueron 17 días de mucha angustia, porque buscábamos a ciegas. La verdad es que no sabíamos dónde estaban y tampoco sabíamos a ciencia cierta si estaban vivos. Pero teníamos una fe y una esperanza que movía montañas. Recuerdo ese sábado cuando por primera vez visité la mina San José y tuve la primera oportunidad de compartir con sus familiares, sus mujeres, sus madres, sus hermanas, sus hijas, sus hijos, y les puedo decir que nunca había visto tanta fe, tanta confianza, tanto coraje, tanto amor, tanto compromiso. Y en ese momento sentimos que la fe renacía con toda la fuerza del mundo. Y fue entonces cuando les dijimos “vamos a hacer lo humanamente posible, vamos a golpear todas las puertas, vamos a buscar todas las ayudas”.
Y llegó ese maravilloso día 22 de agosto, un domingo 22 de agosto, que para nuestra familia, y especialmente para mi mujer quien perdió a su padre esa madrugada, fue un día de contrastes, de pena en la mañana y de una inmensa alegría en la tarde, cuando finalmente, por primera vez, se hizo contacto con ustedes, se rompió esa roca que nos separaba y pudimos saber que estaban todos, los 33, con vida.
Pero no solamente con vida. Mucho más que eso. Porque inmediatamente sentimos el mensaje que ustedes nos enviaban desde las profundidades de la mina, estaban vivos, estaban unidos, estaban con fe, estaban luchando por sus vidas, estaban enteros, nunca se habían dejado quebrar.
Hubo que esperar 52 días, pero llegó ese maravilloso miércoles en la noche y jueves en la madrugada, cuando finalmente el esfuerzo de tantos logró que ese rescate que parecía como algo imposible, terminara como una verdadera proeza.
Y a partir de ese instante, siento que hacer las cosas bien, es algo que nos compromete. Y que hacer las cosas a la chilena tiene un nuevo significado.
Porque ese día, en ese pequeño campamento que sus propios familiares lo bautizaron como el campamento Esperanza, y mientras nacía una niña que también se llamó Esperanza, y sé que un orgulloso padre pudo conocerla por primera vez estando atrapado en las profundidades de la mina, había, valga la redundancia, mucha esperanza. Ese día fue un triunfo de la vida sobre la muerte, de la esperanza sobre el pesimismo, de la unidad sobre la división, de la valentía sobre el temor y de la voluntad sobre la duda. Y ese día Chile expresó mejor que con un millón de palabras ese principio de que no vamos a dejar más a ningún chileno atrás.
Muchos participaron de este milagro de la vida
Y por esa razón estamos hoy día aquí en este Patio de Los Cañones, rindiéndoles un justo y merecido homenaje. Quisiera agradecer profundamente a cada uno de ustedes, a cada uno de los 33. Cada uno jugó un rol. A algunos les tocó ejercer el liderazgo de jefe de turno, y recuerdo cuando don Luis me dijo que él me iba a entregar el turno cuando tuviera cumplida su misión. Le iba a entregar el turno al Presidente cuando hubiera cumplido su misión. Y así lo hizo, porque como un buen capitán, fue el último en salir, cuando sus otros 32 compañeros ya estaban en la superficie, se habían reencontrado con la vida, se habían reencontrado con sus familias.
Pero cada uno de ustedes podría contar historias, porque ya hemos aprendido a conocerlos: los que hicieron un esfuerzo por mantener viva la esperanza y la vida espiritual, los que hicieron los esfuerzos por mantener fluida las comunicaciones, los que hicieron los esfuerzos por mantener arriba el espíritu y el ánimo, los que hicieron los esfuerzos para atenderlos siendo verdaderos doctores mientras la ayuda exterior no podía llegar, y tantas cosas más.
Quiero agradecer también a sus familiares, que nos dieron un ejemplo de coraje, de valentía, de compromiso, de amor. Agradecerles porque realmente fueron los que mantuvieron viva la esperanza, la fuerza, la fe en todo momento. Incluso en los momentos más oscuros, cuando las posibilidades se tornaban más adversas, fue cuando más floreció esa fuerza, esa esperanza y esa fe, que fue un ejemplo que nos iluminó a todos.
Agradecer a los rescatistas que hicieron un trabajo maravilloso. También quiero agradecer en forma muy especial a un grupo de personas que sé que los representan a todos. En primer lugar al ministro Laurence Golborne que asumió el liderazgo y la conducción de esta operación de rescate. Y lo hizo a la chilena, con fuerza, con entusiasmo, con emoción, porque somos seres humanos y se vivieron emociones muy fuertes y muy profundas.
Quiero también agradecer al ministro Jaime Mañalich, que asumió la tarea Operación San Lorenzo, que junto con sus colegas consistía en mantenerlos sanos y saludables durante esos largos días y semanas mientras intentábamos rescatarlos.
Agradecer también a los que hicieron el esfuerzo técnico. A personas como André Sougarret, a René Aguilar, a Ximena Matas, a Cristián Barra, al doctor Díaz, a la Armada de Chile, a Codelco, y a esos millones y millones de chilenos que a lo argo de esos 70 días nunca dejaron de rezar, nunca dejaron de expresar con una sonrisa, con una palabra de aliento, su fe y su esperanza de que íbamos a ser capaces de rescatarlos.
Agradecer a los parlamentarios que estuvieron en la mina incansablemente. Y estoy mirando a la senadora Isabel Allende, estoy mirando al senador Baldo Prokurica, estoy mirando también al diputado Carlos Vilches, estoy mirando también al diputado Lautaro Carmona y tantos otros más que estuvieron al pie del cañón día y noche, en las duras y en las maduras. Porque, créanme, esto fue un esfuerzo de todo un país.
Y, por supuesto, con la misma fuerza y fe con que pedimos la ayuda de Dios, quiero hoy día agradecer a Dios, porque Dios estuvo siempre cerca de nosotros. Uno de ustedes me dijo que eran 34, porque estaban los 33, pero siempre se sintieron acompañados por Dios. Y siento que el espíritu de San José ha sido como un faro que nos ha guiado, que nos ha inspirado y que nos ha iluminado. Normalmente los faros no están en las profundidades de la montaña, están en la superficie. Normalmente los faros no están en el desierto, están en la costa, junto al mar. Sin embargo, aquí tuvimos un verdadero faro que nos guió permanentemente durante esos 70 días, incluso cuando las sombras del pesimismo amenazaban con quebrar la fe, cuando las tentaciones de división amenazaban con debilitar la unidad o cuando las dificultades que la tarea significaba hacían a algunos dudar de nuestras capacidades.
Y por eso les quiero decir a ustedes, los 33 mineros, que ese túnel de 700 metros que nuestros ingenieros, nuestros técnicos lograron perforar en la roca de la montaña y que sirvió como un puente hacia la vida y hacia la libertad, estoy seguro de que no es el único túnel que vamos a tener que perforar ni el único puente que vamos a tener que construir. Vamos en el futuro a tener que construir muchos puentes y perforar muchos túneles, también en la roca viva, que van a requerir el mismo esfuerzo, fe y entusiasmo con que enfrentamos esta maravillosa operación de búsqueda y rescate de nuestros mineros.
Nuevo trato en materia laboral
Porque aprendimos la lección y en estos días vamos a anunciar un nuevo trato en materia laboral, para que el respeto a la vida, a la integridad, a la dignidad y a la salud, no solamente de nuestros mineros, sino que de todas nuestras trabajadoras y trabajadores sea parte del alma y de la cultura de nuestro país.
Pero también quiero decir que vamos a necesitar ese faro para que nos guíe en muchos otros desafíos. Porque, al fin y al cabo, de nosotros depende decidir en qué país queremos vivir, en qué país queremos desarrollar nuestras vidas, en qué país queremos que vivan nuestros hijos y en qué país queremos que vivan los que vendrán después de nuestros hijos, que todavía no los conocemos, no conocemos sus rostros ni sus sonrisas, pero los queremos como si ya estuvieran con nosotros.
Y quiero decirles que nuestra generación enfrenta el desafío más grande, más noble, más exigente que haya enfrentado generación alguna en la historia de nuestro país, porque somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de dejar atrás lo que durante 200 años nuestros padres anhelaron, quisieron, lucharon, pero nunca alcanzaron: hacer de Chile un país más libre, un país más justo, un país más fraterno, un país desarrollado y sin pobreza, un país en que todos podamos sentirnos hermanos y en que todos sintamos que tenemos un espacio para aportar, pero también un derecho para poder realizarnos como personas.
Y por eso quiero terminar estas palabras recordando lo que escuchamos con mucha emoción hace pocos días en la puerta de Brandenburgo, esa canción maravillosa que es Gracias a la Vida, y decirles a ustedes, nos han enseñado a valorar más que nunca, el valor de lo que realmente importa. Y por eso quiero decirles a todos ustedes, ¡viva la vida, vivan los mineros, viva Chile!
Muchas gracias.