VISITA DEL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS, BARACK OBAMA
Discurso de S.E. el Presidente de la República, Sebastián Piñera, en la recepción ofrecida al Presidente y a la Primera Dama de los Estados Unidos de Norteamérica
Santiago, 21 de marzo de 2011
En el nombre de todos ustedes, del Gobierno y del pueblo de Chile, quiero, junto a Cecilia, dar la más calurosa bienvenida al Presidente Obama, un gran Presidente y un gran amigo de Chile, y agradecer muy especialmente a Michelle, la Primera Dama de los Estados Unidos, por haber aceptado nuestra invitación a visitar Chile y estar esta noche con nosotros.
Quiero también saludar a los ex presidentes que nos acompañan, el Presidente Aylwin, el Presidente Frei y el Presidente Lagos, y a todas las autoridades presentes.
El significado de una visita
Señor Presidente. Su presencia en nuestro país tiene un enorme significado y valor para nosotros. Es primera vez, en más de 20 años, que un Presidente de Estados Unidos nos visita, más allá de los encuentros de líderes mundiales en reuniones multilaterales. Pero, además, su visita coincide con la conmemoración de los 50 años desde que el Presidente Kennedy impulsara la Alianza para el Progreso. Y en su reciente discurso sobre el Estado de la Unión -State of the Union-, al anunciar su visita a nuestro país, usted dijo: “vengo a forjar nuevas alianzas para el progreso de las Américas”. Y en nuestras fecundas conversaciones, en los múltiples y valiosos convenios firmados y en su inspirador discurso para América Latina, hemos podido comprobar que ya estamos viviendo una nueva era y una nueva relación entre los Estados Unidos y nuestra América Latina.
El aporte de Estados Unidos
Nuestro país siempre ha mirado con cariño y admiración a los Estados Unidos. ¿Y qué es lo que vemos? No sólo un país poderoso y amante de la paz, sino también un pueblo pujante, valiente, innovador, y con una historia llena de esfuerzos y heroísmos, plena de logros y conquistas.
En su recordado discurso de El Cairo, usted afirmó que “los Estados Unidos han sido una de las más grandes fuentes de progreso que el mundo ha conocido”. Y dijo la verdad. Fue en Estados Unidos donde, hace 235 años, nació la democracia moderna, con sus equilibrios y sus contrapesos entre los poderes del Estado; entre el Gobierno Federal, estadual y local; entre la voluntad de la mayoría y los derechos de las minorías; entre el Estado y la sociedad civil; entre la libertad y la responsabilidad. Y todo ello fue magistralmente recogido en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en la que se afirmó que “todos los hombres son creados iguales; que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables”; y “que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Sin duda esas palabras han inspirado al mundo entero.
Fue en Estados Unidos donde emergieron líderes de la talla de Washington, Jefferson y Lincoln, en los siglos XVIII y XIX, y de Roosevelt, Kennedy y Reagan, en el siglo XX.
Solo en un país con la creatividad y el espíritu emprendedor de los Estados Unidos se podía desarrollar el telégrafo, la radio, la ampolleta, desafiar la gravedad para surcar los cielos y dar vida a emprendimientos como internet, Microsoft y Google, que hasta el día de hoy revolucionan nuestras vidas para mejor, y que han creado verdaderos vientos de libertad que hoy día soplan en todo el planeta.
Solo un país como el suyo, señor Presidente, podía al mismo tiempo poner un hombre en la luna y dividir el átomo; llegar con una sonda a Marte y descubrir los secretos del genoma humano. Solo un país con la profundidad espiritual y humanista de la gran nación del norte nos podía regalar las sabias palabras de Martin Luther King y, al mismo tiempo, las maravillosas historias de Edgard Alan Poe o Mark Twain y el talento musical de Elvis Presley o Bob Dylan.
Pero nuestra admiración por los Estados Unidos no proviene solo de su poderío económico, científico, tecnológico, empresarial o cultural. Proviene de algo mucho más profundo, de su gran sabiduría y coraje moral, de su profundo amor por la libertad y la democracia, que los ha llevado incluso a luchar más allá de sus fronteras para defenderla.
El año 1860, el Presidente Lincoln dijo que Estados Unidos no podía ser mitad libre, mitad esclavo. Y luchó por ello. En 1960, cien años después, el Presidente Kennedy dijo que el mundo no podía ser mitad libre, mitad esclavo. Y también luchó por esa convicción. Tal vez se adelantó algunas décadas a su tiempo, pero sabía muy bien el mundo que quería construir. Cualquiera que haya recorrido el Cementerio de Normandía en Francia, o el de Arlington en Washington, ha encontrado la más elocuente evidencia del precio que su país ha pagado por defender la libertad en el mundo entero: nada menos que la vida de sus mejores y más valientes hombres y mujeres.
Los desafíos de Latinoamérica
Chile y buena parte de América Latina han conmemorado o se aprestan a celebrar los primeros 200 años de su vida independiente, y tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos de ser latinoamericanos y para estar muy agradecidos de Dios y de nuestro continente.
Latinoamérica, igual que Estados Unidos, es un continente con un territorio vasto y generoso, con recursos naturales abundantes y, lo más importante, con un pueblo solidario, valiente y pujante, que ha demostrado ser capaz de enfrentar todos los desafíos que la naturaleza ha puesto en nuestro camino.
Además, en nuestro continente no hemos tenido guerras como las tuvo Europa en el siglo pasado, ni divisiones raciales, como las que padece aún el continente africano, ni guerras religiosas, en que hombres y mujeres se matan en nombre del mismo Dios, como ocurrió en Irlanda y en otras partes del mundo.
Pero, a pesar de ello, en algún momento de nuestra historia nuestros caminos se bifurcaron, y mientras Estados Unidos abrazó, desde sus primeros tiempos, la democracia, nuestra región lo hizo en forma tardía y a veces parcial. Mientras su país tuvo la sabiduría de liderar la revolución industrial, en nuestro continente la ignoramos o simplemente la dejamos pasar. Mientras su nación construyó una cultura de igualdad de oportunidades y de premio al esfuerzo, en nuestra América Latina aún persisten profundas inequidades.
Ello explica que Estados Unidos, con sus más de 300 millones de habitantes, haya alcanzado los más altos niveles de desarrollo en la historia de la humanidad y que nuestra América Latina, con sus 500 millones de habitantes, siga siendo hoy día un continente que está en la mitad del camino hacia el desarrollo, y en que muchos de sus habitantes siguen viviendo en la pobreza.
Pero Chile y América Latina han aprendido la lección, y hoy el nuestro es un continente democrático, que está comprometido con los pilares del desarrollo sustentable y permanente. Y Chile, ese país que usted denominaba “el país del fin del mundo”, está comprometido con ser quizá el primero, pero no el único, de América Latina que, antes que termine esta década, logre derrotar el subdesarrollo y la pobreza y crear una sociedad de oportunidades para todos.
Estoy seguro que no hay nada más fuerte en el mundo que una idea a la cual le ha llegado su tiempo, y todos sentimos, todos intuimos, que ha llegado el tiempo de América Latina; ha llegado el tiempo de enmendar el rumbo y de recuperar el tiempo perdido. Y esa es la gran misión de todos los latinoamericanos, la gran misión de nuestra generación, la generación del Bicentenario, conquistar el desarrollo, derrotar la pobreza y dejar atrás los primeros 200 años en que no logramos aprovechar en plenitud todo nuestro potencial y aventurarnos en la gran tarea de construir un futuro realmente promisorio.
Hace 40 años, tuve el privilegio de estudiar un doctorado en la misma universidad donde usted y su mujer estudiaron Derecho, la Universidad de Harvard, cuya presidenta, Drew Faust, se encuentra hoy día con nosotros. Y en esos años, a principios de los 70, el mundo era muy distinto al que hoy conocemos. Era el periodo de la Guerra Fría y el mundo estaba cruzado por una profunda división y dos crueles muros que nos separaban: el Muro de Berlín y la Cortina de Hierro, que corrían de norte a sur y separaban el mundo del Este del mundo del Oeste; y otro muro, que corría de Este a Oeste, y separaba al mundo del Norte, el mundo de la riqueza y el desarrollo, del mundo del Sur, el mundo del subdesarrollo y la pobreza. Pero ambos muros se derrumbaron hace pocas décadas ante nuestros propios ojos. El primero, el de Berlín y la Cortina de Hierro se derrumbó en Europa, y el segundo, el que corría de Este a Oeste, se derrumbó en Silicon Valley, en Bangalore, en India, en Nueva Zelandia, y en todos los centros de investigación a lo largo del mundo.
Es verdad, América Latina llegó tarde a la revolución industrial, pero no tenemos derecho a llegar tarde a esta nueva revolución, que es mucho más profunda y significativa, la revolución del siglo XXI, la revolución de la sociedad del conocimiento y la información, que hace ya muchos años está golpeando nuestras puertas y que es y va a seguir siendo muy generosa con los países que sepan y quieran abrazarla, pero indiferente o incluso cruel con aquellos que simplemente la quieran dejar pasar.
Esta es la situación y éste es el desafío, al momento en que celebramos con convicción y entusiasmo, sus palabras de esta tarde, señor Presidente, cuando se refería a esta nueva era de colaboración y asociación entre países iguales en derechos y responsabilidades, entre la gran nación del norte que usted dirige y nuestra América Latina.
Un sueño americano compartido
En su país se habla del sueño americano. Y nosotros también somos americanos y también compartimos ese sueño de una tierra capaz de dar a todos sus hijos, cualquiera sea la cuna que los vio nacer, cualquiera sea la escuela a la cual pudieron acceder, cualquiera sean las ideas que decidieron abrazar, cualquiera sea el Dios que quisieron amar, las oportunidades para poder ser los artífices y constructores de sus propias vidas y forjar una existencia más plena y más feliz, como lo establece su propia Declaración de Independencia, como un derecho de todos los hombres y mujeres de este mundo.
Todavía nos queda un largo camino por recorrer, pero nunca olvidaremos la fe y el espíritu de unidad y de solidaridad que hizo que lo que comenzó como una tragedia de un grupo de mineros en un desierto en el norte de nuestro país, terminara como una verdadera inspiración y bendición para la humanidad entera.
Usted nos recordó esta tarde las palabras de nuestro gran Pablo Neruda, cuando afirmaba que nuestras estrellas, las estrellas que nos guían, son la lucha y la esperanza, y que él nunca había visto ni la lucha ni la esperanza caminar solas por este mundo. Y es ese mismo espíritu y esas mismas estrellas son las que nos guían hoy hacia el cumplimiento de aquellos sueños que nuestros padres, abuelos y bisabuelos siempre acariciaron, pero nunca lograron conquistar, el hacer de nuestro país y de nuestro continente un país y un continente benditos por Dios, una tierra de libertad, de paz, de justicia, de progreso y de oportunidades para todos, como nunca antes hemos conocido en nuestra América Latina.
Usted, señor Presidente, durante su campaña nos reiteró el significado del “yes, we can”. Yo hoy día quiero agregar “yes, we must”.
Solo nos resta levantar nuestras copas por Michelle, por Cecilia, por el Presidente Obama, por Estados Unidos, por Chile y por la vida que nos ha dado tanto.
Muchas gracias.