LEY ANTIDISCRIMINACIÓN
Discurso de S.E. el Presidente de la República, Sebastián Piñera, en ceremonia de promulgación de Ley Antidiscriminación
Santiago, 12 de julio de 2012
Esta ley ha generado mucha polémica y muchas pasiones. Esta realidad demuestra lo importante y lo urgente que era que Chile contar con una Ley Antidiscriminación, y por ello estoy contento y orgulloso de poder, después de largos siete años, promulgar por fin una ley que nos va a permitir prevenir, sancionar y corregir, de manera mucho más eficaz y mucho más oportuna, todas las formas de discriminación arbitrarias que aún persisten y viven en nuestra sociedad. No podemos olvidar que fue solo después del cruel asesinato de Daniel Zamudio, que murió precisamente a manos de la discriminación, de la intolerancia, del odio y de los prejuicios, que Chile por fin se decidió a dar este paso fundamental para construir juntos una sociedad más tolerante, más inclusiva, más respetuosa y más acogedora para todos y cada uno de nuestros compatriotas, cualquiera sea su edad, su origen étnico, su condición económica, sus ideas políticas, sus creencias religiosas o su orientación sexual. Quiero comenzar estas palabras recordando a Daniel, y expresándole a sus padres, que hoy día nos acompañan en este acto republicano, pero de profundo significado humano, que la muerte de Daniel, que fue sin duda una muerte muy dolorosa, no fue en vano y está generando frutos fecundos. Y no solamente me refiero a lo que significó unir las fuerzas y las voluntades para aprobar esta Ley Antidiscriminación. Estoy seguro que todos nos hicimos un examen de conciencia, y lo pudimos ver en el video, cuando les preguntaron si alguna vez nosotros hemos discriminado. Y se produjo un silencio. Yo creo que muy pocos pueden tirar la primera piedra de decir que nunca han discriminado, pero también sé que después de la muerte de Daniel, todos vamos a pensarlo dos, tres o cuatro veces antes de seguir cayendo en ese tipo de conductas.
La sociedad chilena está mucho más consciente y sensible a los sufrimientos que las discriminaciones y los prejuicios siempre generan a quienes las padecen, pero muchas veces quienes las provocan, no tienen suficiente conciencia del dolor y de la ofensa que sus conductas causan.
Y cada día son más los compatriotas que no dudan en pregonar a todos los vientos, en forma fuerte y clara, la igual dignidad de todos los seres humanos y, al mismo tiempo, actúan con decisión y valentía, rechazando categóricamente toda forma de discriminación arbitraria, que desgraciadamente aún persisten en nuestra sociedad.
En esta materia Chile cuenta con una antigua y valiosa tradición, que ha sido siempre motivo de orgullo para nosotros, y también de admiración en muchas partes del mundo. Basta recordar que en los albores de nuestra Independencia dictamos una ley de libertad de vientres, el año 1811, y que después de Haití, fuimos el segundo país del mundo en abolir la esclavitud, el año 1823.
Sin embargo, a pesar de esa historia y de esa tradición, sabemos que la discriminación basada en prejuicios, aún existe, y que de tiempo en tiempo resurge con mucha fuerza. Y, por tanto, se requiere una actitud de alerta y una actitud de firmeza y de perseverancia para ir logrando que estos brotes de discriminación vayan siendo erradicados definitivamente de nuestra sociedad. Y a eso apunta esta Ley Antidiscriminación. Nuestra Constitución establece en forma muy clara, y en su artículo 1º, que “las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Y más adelante, esa misma Constitución consagra el derecho fundamental a la “igualdad ante la ley”, y agrega que “en Chile no existen personas ni grupos privilegiados”.
Elementos de la ley
Pero lo cierto es que a pesar de lo claro que es nuestro texto constitucional, hasta el día de hoy no contábamos con una norma integral para promover adecuadamente el principio de la no discriminación arbitraria, ni tampoco con una acción judicial eficaz para corregir de manera oportuna y sancionar de forma eficaz, cuando estos actos de discriminación arbitraria ocurren en nuestra sociedad. Y esta ley viene a llenar y subsanar ese vacío. La ley establece muchas cosas, pero quisiera destacar lo que a mí juicio son los elementos más importantes de esta ley:
Primero, establece una obligación a todos los órganos de la Administración del Estado para elaborar e implementar políticas destinadas a garantizarle a todas las personas, sin distinción alguna, el goce y ejercicio de sus derechos y libertades que están reconocidos en nuestra Constitución y en nuestras leyes, y también en los tratados internacionales que Chile ha ratificado y que se encuentran plenamente vigentes.
En segundo lugar, define discriminación arbitraria como cualquier distinción, exclusión o restricción que carezca de una justificación razonable, ya sea efectuada por agentes del Estado o por particulares, y que cause privación, perturbación o amenaza en el legítimo ejercicio de los derechos fundamentales que establece nuestra Constitución y los tratados internacionales que Chile ha suscrito, particularmente aquellos referidos a los derechos humanos. En especial, aquellos motivos como la raza o etnia, la nacionalidad, la situación socioeconómica, el idioma o la ideología u opinión política, la religión o las creencias, la sindicación o participación en organizaciones gremiales, o la falta de ellas, la orientación sexual, la identidad de género, el estado civil, a veces la edad, la filiación, e incluso la apariencia personal, y también la enfermedad y la discapacidad. De ahí surge, muchas veces, la discriminación arbitraria que tanto dolor y sufrimiento causan a quienes las viven.
Y en tercer lugar, la ley crea una acción judicial especial y ejecutiva, para que cualquier persona que se sienta víctima de una discriminación arbitraria pueda recurrir a los Tribunales de Justicia, con el objeto de poner fin o reparar esa discriminación, y establece multas para los casos en que se compruebe esta discriminación, pero también para aquellas personas que haciendo abuso de esta ley, denuncien discriminaciones que no tengan ningún fundamento.
Discriminación, de acuerdo al diccionario, es separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra. Y desde ese punto de vista, es un acto de libertad y de raciocinio. Sin embargo, arbitrario es aquello que es contrario a la razón, a la justicia, y que en el fondo obedece solamente a un capricho. Y por eso la ley no sanciona cualquier tipo de discriminación, pero sí sanciona aquella discriminación que es arbitraria. Es decir, aquella que es contraria a la justicia, contraria a la razón y que se realiza sin fundamento alguno.
Y por eso, es muy importante apreciar correctamente lo que es la naturaleza de la discriminación. El paso que estamos dando hoy día es de extraordinaria trascendencia histórica, política y jurídica y no solamente para quienes han sentido y han sufrido los efectos de la discriminación. Es también un paso histórico y trascendente para la sociedad entera.
Ahora bien, sabemos que la publicación de esta ley no terminará con el problema de la discriminación arbitraria en nuestro país. Porque si hay algo que la historia se ha encargado de recordarnos en forma permanente, es que la discriminación ha acompañado al hombre desde siempre.
Son muchos los grupos humanos que la han sufrido: los judíos, los gitanos, los esclavos, los indígenas, también aquellos que están por nacer, los homosexuales, las mujeres, las personas con discapacidad, y muchos otros grupos a lo largo de nuestra historia han sufrido en carne propia el dolor y la humillación que significa el ser discriminados en forma arbitraria. Y han sufrido este escarnio y esta humillación de ser considerados seres inferiores muchas veces con la indiferencia, o a veces incluso con la aprobación, de las sociedades que han practicado esos actos de discriminación arbitraria.
Y por eso la historia nos enseña también que las leyes por sí solas no bastan para modificar las conductas y extirpar los prejuicios y las discriminaciones odiosas. Además de esta ley necesitamos avanzar hacia una verdadera cultura de la tolerancia, del respeto y de la aceptación, que no sólo tolere las diferencias, sino que ojalá las aprecie como una forma de enriquecer la propia existencia y la vida en sociedad.
Una cultura que no se limite sólo a cumplir con la ley, sino que internalice los principios y los valores que la inspiran, y que tendrá que expresarse y transmitirse en nuestros hogares, en nuestras escuelas, en nuestros lugares de trabajo y en nuestros espacios públicos.
Porque al fin de cuentas, lo que está en juego, cuando hablamos de discriminación, es la dignidad de los seres humanos, es la dignidad que le debemos reconocer a nuestro prójimo, y prójimo no es solamente aquel con quien tenemos cercanía, sentimos simpatía o apreciamos coincidencias. Es también aquel con el que tenemos diferencias, que pueden ser de color de piel, de posición social, de religión, de ideal de virtud. de nacionalidad o de preferencia sexual. Porque al fin y al cabo la verdadera tolerancia es ser capaces de apreciar y valorar esas diferencias.
Nunca debemos olvidar que la lucha contra la discriminación ha sido, es y va a seguir siendo una batalla permanente, frente a la cual nunca podemos bajar la guardia. Una batalla que ha acompañado y seguirá acompañando a la humanidad desde siempre y para siempre. Una lucha que ha de darse en muchos frentes simultáneamente, pero ninguno tan importante como aquel de donde en el fondo nace la discriminación arbitraria, que es el corazón de cada ser humano, porque es ahí donde brotan nuestros impulsos, nuestras conductas y costumbres, e incluso las instituciones con las cuales aceptamos regir nuestra vida en comunidad.
Solo si ahogamos todo soplo de discriminación arbitraria en nuestros corazones, vamos a poder construir esa sociedad auténtica e integralmente libre, tolerante y respetuosa de la dignidad de todos los seres humanos, y especialmente de aquellos con los cuales sentimos mayores distancias o mayores diferencias. Y es que la causa última de la discriminación no debemos buscarla solamente en la maldad, a la cual todos los seres humanos estamos propensos, sino que también en impulsos mucho más primitivos, inconscientes e incluso involuntarios, pero que, por lo mismo, son tanto o más difíciles de reconocer, asumir y enfrentar. Y estoy pensando en la infinidad de discriminaciones o prejuicios que se basan en el miedo, en la ignorancia, en el desconocimiento de nuestros prójimos y de nuestros compatriotas. Cualquiera sea su origen, toda discriminación arbitraria debe ser siempre enfrentada con decisión y coraje, porque siempre representa una forma de desprecio, una forma de violencia y un atentado grave a la dignidad de los seres humanos y a la justicia y la paz en nuestras sociedades.
Quisiera agradecer a muchos que hicieron posible esta ley. Agradeciendo al Presidente Lagos, que envió este proyecto de ley el año 2005, a los ministros Andrés Chadwick y Cristián Larroulet, que pusieron sus mejores esfuerzos en lograr un acuerdo amplio y sólido que permitiera la aprobación de esta ley. Agradecer también a los miembros de las comisiones de Constitución y de Derechos Humanos, tanto del Senado como de la Cámara de Diputados, que hicieron un aporte invaluable. Agradecer a quienes trabajaron desde tanto tiempo por hacer de Chile una sociedad más tolerante, más pluralista, más respetuosa y, en último termino, más humana, y que a través de ese largo trabajo fueron sembrando una semilla que finalmente logró germinar y uno de sus frutos es precisamente esta ley. Agradecer a las organizaciones civiles, las organizaciones de nuestra sociedad civil, muchas de ellas aquí representadas, por el trabajo incansable, y a veces tremendamente corajudo, porque enfrentan ellas mismos esa discriminación odiosa y arbitraria simplemente por defender un valor, como es el valor de la dignidad humana. Gracias a ellos, y también gracias a Daniel, hoy día tenemos una nueva ley, que estoy seguro que nos va a permitir enfrentar, prevenir y sancionar las discriminaciones arbitrarias, que tanto dolor, sacrificio y humillación generan, con mucha mayor eficacia.
Estoy seguro que esta ley nos permite dar un gran paso adelante hacia la construcción de un Chile más libre, más humano, más tolerante, más acogedor, que respete de mejor manera la dignidad que es esencial a todo ser humano, por el solo hecho de ser persona.
Y asumir aquí un compromiso como Presidente, a propósito de esta ley, de cumplir con esmero, con dedicación todo lo que la ley obliga al Estado, pero también de hacer los mejores esfuerzos para que esta cultura de una sociedad más tolerante, más pluralista, más acogedora, sea una cultura que penetre todos y cada uno de los corazones de mis compatriotas.
Muchas gracias.