Presidente Piñera entrega inédita cuenta pública del proceso de reconstrucción en el país
Publicado por administrador el Jue, 02/27/2014 - 00:00Desde Caleta Tumbes, en la región del Bío Bío, el Jefe de Estado destacó que al día de hoy, “más de 200 mil viviendas han sido construidas o reparadas, entregadas y hoy día son habitadas por más de 200 mil familias”.
Asimismo, resaltó que en estos cuatro años “hemos logrado reconstruir ocho hospitales que fueron destruidos por el terremoto y, adicionalmente, construir 27 hospitales que el país sin duda necesitaba.
En materia de educación, aseguró que “hemos reconstruido o reparado 2.353 escuelas, favoreciendo así a más de un millón de niños y jóvenes chilenos”.
A continuación, el discurso completo del Presidente de la República, Sebastián Piñera, en Caleta Tumbes, región del Bío Bío:
“Muy buenas tardes:
Sin duda hoy es un día de muchos recuerdos, de muchas emociones y de mucha nostalgia.
Y nos ha tocado, gracias a Dios, un maravilloso día de sol y estamos hoy día en esta Caleta Tumbes, que se ha hecho conocida en todo el país, la tierra de Talcahueño, el cacique que le dio el nombre a Talcahuano, y también una tierra de lindas tradiciones, como la procesión a San Pedro, que vimos hoy día a través de los niños, que la representaban con tanta alegría, con tanta inocencia.
Quiero saludar con mucho cariño a la Primera Dama, a los ministros, al intendente, los gobernadores, los parlamentarios, diputados, senadoras, las dirigentas, como Lilián, como Cecilia, como Ana Veliz, pero especialmente a todos ustedes, que son la verdadera alma y corazón de este verdadero milagro en que se ha transformado la resurrección, la reconstrucción de la Caleta Tumbes.
En la vida, muchas veces los seres humanos tenemos sueños y nos esforzamos por hacerlos realidad. Pero también a veces hay realidades que nos golpean con fuerza, con crueldad y que quisiéramos que ojalá hubieran sido sólo un mal sueño.
Eso fue lo que ocurrió y lo que representa la tragedia que nos golpeó una madrugada del 27 de febrero, hace exactamente cuatro años.
Esa madrugada, seis regiones de nuestro país, la región de Valparaíso, Metropolitana, del Libertador Bernardo O’Higgins, del Maule, del Bío Bío y de La Araucanía, se despertaron bruscamente por la fuerza de la naturaleza.
Esa madrugada, en la zona central del país, donde viven 13 millones de chilenos, el 75% de nuestros compatriotas, sufrieron el embate de uno de los peores terremotos en la historia conocida de la humanidad, y después de varios maremotos que asolaron y golpearon nuestra tierra y nuestras costas.
Ese terremoto sin duda nos dejó muy en claro que a veces las fuerzas de la naturaleza son mayores de las que creíamos y a veces también esas fuerzas de la naturaleza nos encuentran no suficientemente preparados.
Hace 4 años ocurrió esa tragedia, y hoy día nos reunimos en esta ceremonia simple pero emotiva, con profundo significado, por dos motivos, por dos motivos de distinta naturaleza.
El primero, recordar a esas 551 chilenas y chilenos que en esa madrugada perdieron sus vidas. Niños, adultos, hombres y mujeres, cada uno de ellos sigue representando, no sólo para sus familias, sino que para el país entero, un profundo dolor.
Porque el dolor de una madre que ha perdido un hijo, el dolor de un padre que ha perdido una hija, o de un hijo que ha perdido a sus padres, son dolores que no se olvidan nunca.
Por eso, yo sé que para todos los familiares de esos compatriotas que perdieron su vida, la vida nunca más ha vuelto a ser como era antes. Y quiero decirles que para nosotros, tampoco.
Por eso, al recordarlos hoy día no sólo queremos traer sus nombres y sus rostros a nuestra memoria. Recordar viene de las palabras “re-cordis”, que significa “traer de vuelta al corazón”. Y eso es lo que hemos querido hacer con esta ceremonia, con el memorial que construimos en Concepción. Lo que buscamos es precisamente mantener vivo el recuerdo, el espíritu de cada una de esas víctimas en nuestros corazones y transformar esta fecha, 27 de Febrero, que nunca olvidaremos, en una fecha que sin perjuicio que nos va a evocar siempre sentimientos de dolor, de tristeza, también, en un momento que nos permita hacer una profunda reflexión, un acto de recogimiento y un acto de oración.
Durante la campaña muchas veces dijimos que Chile era un país de muchos héroes, y no sólo nos referíamos a los héroes como Lautaro, Caupolicán, Arturo Prat, Ignacio Carrera Pinto, también nos queríamos referir a esos héroes anónimos que viven y luchan en todos los rincones de nuestro país.
Muchos nos respondieron que eso no era cierto, que los tiempos de los héroes ya habían pasado, que no estaban en ninguna parte, y nosotros les respondíamos que estaban equivocados, que tal vez no habían sabido buscar con suficiente profundidad.
Porque nosotros los veíamos en todas partes y en cada momento. Estaban y siguen estando en nuestros hogares, escuelas, hospitales, en nuestros pueblos y ciudades, en las fábricas, en las minas, en el campo, en el mar, en las comisarías, los regimientos y en cada lugar donde existe una comunidad de chilenas y chilenos.
En cada uno de esos millones y millones de hombres y mujeres, comunes y corrientes, de carne y hueso, pero que todos los días, a pesar de las dificultades, se levantan muy temprano al alba, para cumplir con sus deberes, que llevan una vida honesta, una vida de trabajo y de esfuerzo, y que siempre han estado dispuestos a cualquier sacrificio, a cualquier privación con tal de lograr que sus hijos tengan una vida mejor que la que ellos han tenido.
Pues bien, yo estoy seguro que lo que ocurrió y lo que nos enseñó nuestra patria esa madrugada, esos pocos minutos de la madrugada del 27 de febrero, nos han dado la razón, porque apenas la tierra dejó de temblar bajo nuestros pies, apenas las aguas del mar se retiraron, apenas la oscuridad de esa noche dio paso a los primeros rayos del sol, los chilenos y las chilenas fuimos conociendo múltiples historias de miles y miles de héroes anónimos, que probablemente no van a aparecer en los libros de historia, pero que en ese momento sublime, enfrentados a la adversidad y al dolor, no dudaron un segundo en arriesgar, e incluso algunos en perder su propia vida por intentar o por salvar a otros compatriotas, muchos de los cuales ni siquiera conocían.
Ese fue, sin duda, un gran acto de amor, de amor a Dios, de amor a la Patria, de amor al prójimo, de amor a sus familias. Ese amor que es capaz de convertir el dolor en esperanza, la tristeza en alegría, el llanto en sonrisa y muchas veces la angustia en heroísmo.
Ahí estuvo, por ejemplo, Martina Maturana, una niña que entonces tenía sólo 12 años, pero que con una enorme decisión y coraje salvó cientos de vidas en la Isla de Juan Fernández. Ahí estuvo Altidoro Garrido,que poniendo en riesgo su propia vida, rescató a decenas de personas de la furia del mar en Dichato. Ahí estuvo el pequeño Vicente Camus, que tuvo el coraje y el arrojo de llegar a este mundo precisamente a las 3:34 de la madrugada, igual que Daniel, desafiando la furia de la tierra y desafiando también los peligros de la vida.
Pero ahí estuvieron también nuestros Bomberos, nuestros Carabineros, nuestras Fuerzas Armadas, que durante semanas y semanas cambiaron el fusil o la metralleta, por la pala y por el chuzo, para ayudar a tantas familias a reconstruir no solamente sus viviendas, sino que también ayudarlos a reconstruir sus vidas.
Ahí estuvieron esos miles y miles de voluntarios que llegaron en forma espontánea a entregar su mejor esfuerzo por ayudar a aquellos compatriotas que estaban viviendo momentos de mucha angustia y de mucho sufrimiento.
Organizaciones como Un techo para Chile, o el Desafío Levantemos Chile, y tantas otras de la sociedad civil que no dudaron un segundo en dejar de lado sus propias preocupaciones, por venir a mostrar esa solidaridad que es tan propia del pueblo chileno, especialmente en los tiempos y momentos de tragedia.
A todos ellos, y a muchos más, los vimos trabajando hombro con hombro, junto al Gobierno de Chile, junto a tantas otras instituciones, para aliviar el dolor de las víctimas, para empezar a reconstruir lo que se había destruido, y no solamente me estoy refiriendo a las viviendas, sino que también a las escuelas, a los hospitales y, por sobre todo, reconstruir el alma y el espíritu de tantas chilenas y chilenos, que ese terremoto y maremoto dejaron heridas.
Millones y millones de hombres y mujeres como ellos, son nuestros héroes anónimos, que hoy día hemos querido representar en aquellos que tuvieron la oportunidad de recibir esta tarde aquí en Tumbes, ese justo y merecido reconocimiento.
Hace 130 años, un gran héroe de nuestro país, Arturo Prat, quien en pleno Combate Naval de Iquique advirtió al puñado de hombres que aún lo acompañaban, que la contienda era desigual, pero que a pesar de ello, esa bandera tricolor que flameaba en el mástil de La Esmeralda, no se iba a doblegar. Y así fue, y él entregó su vida por honrar ese compromiso.
Al rememorar esas palabras del joven Capitán Arturo Prat, uno no puede dejar de pensar en esa imagen que también recorrió el mundo entero y que fue tomada en Pelluhue, no muy lejos de aquí, el mismo 27 de febrero del año 2010. Un hombre llamado Bruno Sandoval, un sencillo artesano, recorría en esa madrugada del 27 de febrero, lo que había quedado en ruinas de su comunidad, y entre el barro, en medio de la desolación y la angustia, recogió nuestra bandera, estaba embarrada, desteñida y rasgada, pero él la levantó con una fuerza y con un orgullo, para que volviera a flamear al viento, grande, libre, generosa, imponente, como queremos que siempre sea nuestra patria.
Y lo que Bruno no supo en ese instante, fue que al hacerlo también, en cierta forma, levantó el ánimo y el espíritu de cada uno de nosotros. Porque al fin y al cabo todos somos, en cierta forma, sobrevivientes de esa tragedia. Cada hombre, cada mujer, cada niño de esta tierra fue por momentos esa bandera recogida de las ruinas, que pudo estar embarrada, rasgada, desteñida, pero tal como Prat, jamás permitiremos que sea arriada.
Pero hay una segunda razón por la cual nos hemos reunido esta tarde aquí en Tumbes, y es para rendir cuenta de lo que ha sido el Plan de la Reconstrucción. Un esfuerzo que ha comprometido literalmente a millones y millones de chilenas y chilenos.
Ese plan fue presentado a nuestro país pocos días después del terremoto. Ustedes recuerdan que 12 días después del terremoto y maremoto, nosotros asumimos la responsabilidad de liderar el Gobierno de nuestro país, porque la verdad que el terremoto y el maremoto no solamente nos arrebataron la vida de 551 compatriotas, algunos muertos, otros aún desaparecidos, también significaron una enorme y gigantesca destrucción de lo que es el patrimonio que con tanto esfuerzo habíamos acumulado en nuestro país.
Ciudades tan importantes como Talcahuano, Concepción, Talca, Constitución, San Antonio, por mencionar algunas, quedaron gravemente dañadas. Pueblos enteros, como Dichato, Iloca, Pelluhue y Curanipe prácticamente desaparecieron.
A nivel nacional, más de 220 comunas, más de 900 localidades fueron duramente golpeadas por el terremoto y por el maremoto que lo siguió.
Y así, 220 mil viviendas quedaron destruidas o seriamente dañadas, lo cual significa que 800 mil chilenas y chilenos, en pocos minutos quedaron sin su vivienda, sin techo, sin abrigo.
Un millón 250 mil niños, uno de cada tres de nuestros niños y estudiantes, no podían volver a la escuela, que comenzaban en el mes de marzo, o a sus liceos, por la simple razón de que sus escuelas y liceos habían quedado destruidos o profundamente dañados.
Cerca de 4 mil escuelas terminaron con daños profundos o totalmente destruidas. Y al igual como ocurrió con decenas de hospitales, puertos, aeropuertos, aeródromos, embalses, canales de regadío, edificios públicos, Iglesias, cárceles y también las instalaciones militares, como ustedes han podido apreciar aquí en esta Región del Biobío, en la Base Naval de Talcahuano.
Pero además de eso, fueron 298 puentes, centenares de kilómetros de carreteras y caminos que quedaron cortados, y en pocos minutos nuestro país quedó aislado, quedó desconectado, porque la vía principal que conecta a nuestro país, la Ruta 5 Panamericana, había quedada cortada en muchas partes, producto del terremoto.
Miles y miles de empleos, muchas empresas también sufrieron los embates del terremoto y maremoto. Y tal vez lo más grave, que el terremoto y el maremoto se llevaron los sueños y los proyectos de vida de muchos de nuestros compatriotas.
Recordemos un poco cómo estaba nuestro país esa madrugada del 27 de febrero.
Yo tuve la oportunidad de verlo con mis propios ojos, porque vinimos esa mañana del 27 de febrero a recorrer estas tierras y vimos los barcos en las plazas, la costa arrasada, ciudades y pueblos destruidos, que además aparecían como si hubieran sido bombardeados. Y también vimos el dolor y la angustia en los ojos de tantas chilenas y chilenos que casi no podían comprender lo que había pasado.
Pero también vimos en esos ojos, tal vez en una mayor profundidad, esa fuerza, esa esperanza, esa voluntad y ese coraje tan propio del pueblo chileno.
El daño que ese terremoto significó se calculó en más de 30 mil millones de dólares, un 18% de nuestro Producto Nacional Bruto. Creo que hay solamente tres catástrofes en la historia moderna de la humanidad en que el daño haya sido tan vasto y tan profundo. Pero lo que siguió, lejos de un pueblo abatido y quebrado, fue la historia de un país que supo, a pesar de la adversidad, del dolor y del sufrimiento, secar sus lágrimas, ponerse de pie, arremangarse las mangas, volver a caminar, demostrando una vez más que por poderosas y destructivas que sean las fuerzas de la naturaleza, ellas jamás han logrado debilitar ni mucho menos quebrar el espíritu y el temple del pueblo chileno.
En ese instante, como Gobierno que estaba a punto de asumir, empezamos a preparar lo que iba a ser el Plan de la Reconstrucción. Y recuerdo muy bien que planificamos tres etapas de distinta naturaleza, pero que comenzaron en forma simultánea.
La primera, enfrentar la emergencia inmediata, encontrar a los desaparecidos, enterrar a los muertos, consolar a las familias, recomponer y devolver servicios básicos, como agua potable, alimentos, electricidad, recuperar la paz y la seguridad, que se había quebrado en muchas de nuestras ciudades. Esa primera etapa duró 30 días, al cabo del cual pudimos levantar los estados de excepción que se habían establecido en tres de las regiones más afectadas.
Después de eso, nos pusimos a trabajar en lo que llamamos la emergencia del invierno. Sabíamos que estábamos ya en el mes de marzo, que venía el frío, las lluvias, el invierno y posibles enfermedades y mucho dolor y sufrimiento. Y empezamos una carrera desesperada contra el tiempo, el frío, las lluvias, las enfermedades, para llegar a tiempo con las viviendas de emergencia que tantas familias necesitaban, las escuelas que requerían nuestros niños para volver a clase, los hospitales y consultorios que requerían nuestras familias para atender sus necesidades de salud. Y todo esto, sabíamos que teníamos que hacerlo antes que llegara el invierno.
Nos pusimos a trabajar sin descanso, sin pausa, igual como lo hicieron millones y millones de compatriotas. Porque el esfuerzo y el mérito de la reconstrucción no es solamente un mérito y esfuerzo del Gobierno, como creen algunos, es un mérito y esfuerzo de todos y cada uno de los chilenos.
Por eso, aquellos que desconfían de esa fuerza y de esa voluntad de nuestro pueblo, yo siento que están haciendo un acto de tremenda injusticia con todos los chilenos.
Y así fue como en 45 días logramos que todos nuestros niños pudieran iniciar su año escolar. En 60 días habíamos restablecido el acceso digno y oportuno a los servicios de salud en todas las zonas afectadas. Las escuelas, con soluciones de emergencia. Lo mismo con los hospitales, hospitales militares, hospitales que nos regalaron países amigos, hospitales de emergencia.
En 90 días logramos levantar 75 mil viviendas de emergencia, más que todas las viviendas de emergencia que se habían construido en toda la historia de nuestro país.
En 100 días habíamos por fin recuperado la conectividad y habíamos habilitado total o parcialmente, muchas veces con soluciones de emergencia, todos los puentes, los aeropuertos, los puertos, las carreteras, que habían quedado destruidos.
Y 120 días después de la catástrofe, nuestra economía nuevamente volvió a recuperar su capacidad de crecer, de crear trabajo, de generar oportunidades.
La verdad es que sin duda el mayor desafío que teníamos que enfrentar, y lo sabíamos desde el primer momento, era la reconstrucción propiamente tal. Y lo dijimos fuerte y claro: vamos a hacer lo que sea necesario, vamos a hacer los esfuerzos que sean demandados para lograr reconstruir piedra por piedra, ladrillo por ladrillo lo que el terremoto y el maremoto habían destruido.
Y así fue como empezamos a trabajar sin que nada ni nadie pudiera evitar ese compromiso y esa perseverancia y fortaleza del pueblo de Chile cuando tiene que enfrentar grandes adversidades y grandes desafíos.
El terremoto y el maremoto no estaban en nuestro programa de Gobierno, nadie pudo anticipar lo que iba a ocurrir esa mañana del 27 de febrero. Teníamos un programa de Gobierno muy ambicioso, y recuerdo cuando discutimos con los ministros qué hacíamos con el terremoto y el maremoto. Si decíamos que producto de ese terremoto y maremoto no íbamos a poder cumplir el programa de Gobierno, o si acaso asumíamos la responsabilidad de cumplir el programa de Gobierno y además asumir el desafío de la reconstrucción.
Fue así cuando decidimos abordar simultáneamente esos dos desafíos.
Por eso hoy día, en que se cumplen cuatro años y conmemoramos esa fecha que significó dolor y sufrimiento, pero que también mostró lo mejor del alma de nuestro pueblo, creo que es bueno hacer un balance, breve pero integral, de un proceso que ha comprometido la voluntad de todos los chilenos.
Ustedes saben, en la vida los Gobiernos tienen tiempos para asumir compromisos, pero también hay tiempos para rendir cuenta del cumplimiento de esos compromisos.
Así como los candidatos tienen la libertad de hacer promesas, los Presidentes, y especialmente cuando estamos terminando nuestro período, tenemos la obligación de rendir cuenta en forma veraz, en forma clara, a nuestros compatriotas.
Por eso, dejemos por un instante que las cifras, los hechos y las obras, que ustedes los conocen, porque los ven todos los días con sus propios ojos, hablen con toda su fuerza y con toda su elocuencia.
En materia de viviendas, fueron 222 mil las viviendas destruidas o dañadas esa madrugada, que el Estado y el Gobierno asumimos la responsabilidad de reconstruir.
Al día de hoy, más de 200 mil viviendas han sido construidas o reparadas, entregadas y hoy día son habitadas por más de 200 mil familias de chilenas y chilenos. Y las 20 mil restantes están hoy día en pleno proceso de construcción, y las familias que las van a habitar saben y las visitan, y nos quedan solamente 175 viviendas por iniciar, y vamos a hacer todo los esfuerzos para lograr que ojalá todas esas viviendas puedan estar iniciadas el día 11 de marzo, cuando termina nuestro mandato.
Pero adicionalmente también nosotros asumimos un compromiso no solamente con reconstruir las viviendas. Yo quiero recordar que la inmensa mayoría de esas viviendas, 160 mil, se han construido en sitio propio. Era mucho más fácil construir una población de mil viviendas, que construir mil viviendas cada una en su sitio propio. Pero nosotros sentíamos que había que respetar la libertad, la dignidad y la voluntad de aquellas familias, la inmensa mayoría que quería seguir viviendo donde estaba su tierra, sus cariños, su historia, sus familiares, y decidimos respetar esa libertad y respetar esa voluntad.
Además, a veces uno debe incluso estar dispuesto a demorarse un poco más, pero construir viviendas de calidad, que den seguridad, que permitan a los hogares chilenos una vida con dignidad.
Y ustedes ven, las viviendas que hemos construido, que habían sido destruidas por el terremoto, son de mucha mejor calidad que las que normalmente se construían en nuestro país. Y eso se lo debemos a nuestras familias, porque en cada una de esas viviendas va a vivir una familia chilena, que va a lograr formar un hogar, donde hay relaciones de emoción, de sentimientos, de cariño, de amor.
También esa decisión de respetar la voluntad y libertad, y de mejorar la calidad significó, sin duda, una dificultad adicional.
Ya se encuentran reparados y reconstruidos más 3 mil puntos de infraestructura vial que quedaron destruidos o dañados, y que cortaron a nuestro país y lo aislaron de una forma como nunca antes habíamos conocido.
Por ejemplo, todos los puentes sobre el Río Biobío, el Puente Juan Pablo II, el Puente Llacolén, cayeron por los efectos del terremoto. Los que conocen la realidad y hablan con la verdad, saben que ahí está el Puente Juan Pablo II y el Puente Llacolén, reconstruidos, ahí está el nuevo Puente Centenario, que es el ex Puente Chacabuco, y estamos a punto de iniciar el nuevo Puente Industrial. Es decir, no solamente reconstruimos los puentes que se cayeron, sino que también hemos construido los puentes que Talcahuano, Hualpén y Concepción necesitaban.
Ahí están los 748 sistemas de agua potable que tuvimos que reconstruir, los 12 aeropuertos o aeródromos que tuvimos que reparar, las centenares de postas, consultorios y hospitales que resultaron dañados.
Hemos logrado en estos cuatro años reconstruir 8 hospitales que fueron destruidos por el terremoto y, adicionalmente, construir 27 hospitales que el país sin duda necesitaba.
En materia de educación, hemos reconstruido o reparado 2.353 escuelas, favoreciendo así a más de un millón de niños y jóvenes chilenos.
Y también, porque a veces algunos se olvidan, también hemos debido reconstruir tantas obras que pertenecían al patrimonio histórico y cultural de nuestro país, como las Iglesias, como los museos, como los edificios históricos que también sufrieron daño. Al igual que cuarteles policiales, cárceles, puertos, edificios públicos, edificios municipales, embalses, canales de regadío, infraestructura de nuestras Fuerzas Armadas y tantas otras obras patrimoniales.
Sabemos que algunos ponen en duda estas cifras, pero no lo hacen con los antecedentes objetivos. Yo les pido a mis compatriotas que salgan a recorrer nuestro país, que recorran las regiones afectadas y van a encontrar que ahí están los puentes, las carreteras, los puertos, los aeropuertos, los embalses, las iglesias, las escuelas, los hospitales reconstruidos y sirviendo a todos y cada uno de los chilenos.
Porque la verdad que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír.
Pero yo sé que los chilenos y chilenas de buena voluntad, que son la inmensa mayoría, saben que hemos hecho un esfuerzo gigantesco por reconstruir a nuestro país.
Les quiero contar una anécdota. Poco tiempo después del terremoto que golpeó nuestro país, Japón, la tercera potencia del mundo, también fue golpeado por un terremoto. Yo viajé a Japón y tuve la oportunidad de conversar con el Primer Ministro de esa potencia mundial y le pregunté cuánto tiempo iba a tomar, qué efectos iba a tener el terremoto de Japón. Y él me dijo “por lo menos nos va a tomar diez años reconstruir, pero además, nuestra economía probablemente va a tener que enfrentar algunos años de recesión producto de esta tragedia”.
Y me pregunto qué íbamos a hacer los chilenos. Yo dudé un momento, pero le dije lo que estábamos pensando: “reconstruir nuestro país en cuatro años, y lejos de aceptar una recesión, lograr que la economía chilena, el mismo año 2010, año del terremoto, volviera a crecer con fuerza y a crear empleos, capacidad que habíamos perdido”. Él me miró como diciendo “de los inocentes es el reino de los cielos”.
Hace algún tiempo me encontré nuevamente con él y me dijo que estaba realmente sorprendido y realmente admirado de lo que el pueblo chileno fue capaz de hacer.
Pero también sabemos que nada de esto ha sido casualidad. Yo sé el esfuerzo que han puesto miles, millones de chilenos, he visto a los funcionarios públicos, los ministros, muchos de ellos aquí presentes, el ministro de Salud, la ministra de Educación, el ministro de Vivienda, y tantos otros, los intendentes, los gobernadores, los alcaldes, los parlamentarios, cómo se pusieron detrás de esta gran causa de reconstruir a nuestro país.
Y por eso, sabemos que hemos hecho la pega y que hemos trabajado en terreno, cerca de la gente, sin descanso, con responsabilidad, sin demagogia y haciendo lo que fuera necesario para poder cumplir nuestros compromisos.
Pero nuestra tarea no se agota sólo con la reconstrucción. También hemos tenido que mejorar sustancialmente la capacidad de nuestro país para enfrentar, y ojalá nunca ocurra, nuevas tragedias, nuevos golpes de la naturaleza, porque nadie puede asegurar que en el futuro nuestro país, un país de tantos volcanes, de tanta costa, de tantos ríos, de tantas montañas, no va a ser nuevamente golpeado por la fuerza de la adversidad.
Pero sí tenemos el deber de asegurar que cuando eso ocurra, vamos a estar mucho mejor preparados que como estábamos esa madrugada del 27 de febrero.
Por eso hemos hecho un enorme esfuerzo para mejorar nuestra capacidad de tener un sistema de alerta temprana, que nos permita advertir y salvar vidas cuando la naturaleza las ponga en riesgo. Y un sistema de protección civil que nos permita ir en forma oportuna y eficaz en ayuda de los damnificados que esos fenómenos de la naturaleza puedan ocasionar.
Ahí está el proyecto de ley que crea un nuevo Sistema Nacional de Emergencia y una Agencia Nacional de Protección Civil, que va a reemplazar a la actual ONEMI que, sin duda, hemos modernizado. Hace unos días tuvimos la oportunidad de visitar el nuevo edificio de la ONEMI, que es un edificio con todo el equipamiento y la tecnología, igual como existen hoy día oficinas de la ONEMI en todas y cada una de las regiones de nuestro país.
Porque lo cierto es que se requería una capacidad mucho mayor. Un país tan sísmico, que es parte del Cinturón de Fuego del Pacífico, necesitaba un sistema de alerta temprana y un sistema de protección civil, con personal capacitado y especializado, que supiera lo que estaba haciendo, que tomara las decisiones correctas. Necesitaba también una autonomía energética que no tenía y, por tanto, cuando venían los desastres, las propias Oficinas de Emergencia se quedaban sin energía. Que tuviera también equipo, tecnología para poder comunicarse, para poder informar, para poder alertar, para poder llegar con la ayuda que la gente requería.
Y ahí están los nuevos equipos de monitorio sísmico, los acelerógrafos, los teléfonos satelitales, y hemos hecho un enorme esfuerzo de inversión y también de capacitación. Hemos realizado durante estos últimos cuatro años 30 simulacros de emergencia, en los cuales han participado más de cinco millones de chilenas y chilenos, para que estemos preparados y no nos pase lo de las “vírgenes necias”, si algún día, y ojalá nunca ocurra, la naturaleza vuelve a golpearnos.
Pero además, queridos compatriotas,yo quisiera terminar estas palabras haciendo una reflexión.
Nos ha tocado gobernar en tiempos muy difíciles. Un terremoto y un maremoto devastador once días antes de asumir el Gobierno. Recibimos una economía con claros signos de fatiga, que crecía muy poco, que creaba pocos empleos, que no era capaz de hacer retroceder la pobreza y las desigualdades y que, además, tenía grandes desequilibrios fiscales. Hemos tenido que gobernar en medio de una economía mundial en permanente crisis, y miren ustedes lo que pasa en países de Europa, que han vivido años, porque esa crisis empezó el año 2008 y aún no termina, que han vivido años en medio de recesiones, alto desempleo. Y no hay para qué mirar tan lejos, miren lo que pasa en los países de nuestra propia América del Sur. Además, hemos debido enfrentar cinco años continuos de una grave y dañina sequía.
Pero a pesar de ello y a pesar de que asumimos el esfuerzo de la reconstrucción, cómo no sentirnos orgullosos de que nuestro país haya recuperado el liderazgo y el dinamismo, y hoy día, a pesar de la crisis y de los problemas, Chile está entre las economías que más crece en el mundo.
Que hayamos sido capaces de crear 978 mil nuevos empleos, y regiones y ciudades que se habían acostumbrado a vivir con cifras de desempleo de dos dígitos, hoy día saben que estamos muy cerca del pleno empleo y que toda chilena y chileno que quiera trabajar sabe que va a poder encontrar un trabajo con un salario justo y que le permita una vida más digna.
Cómo no sentirnos orgullosos de cómo hemos logrado aumentar los salarios, aumentar la inversión, reducir la pobreza, reducir las desigualdades y, al mismo tiempo, haber emprendido grandes reformas para que nuestro sistema educacional y nuestro sistema de salud estén a la altura de lo que los chilenos necesitamos y merecemos.
Pero también, hay una segunda razón por la cual yo siento que debemos sentirnos muy orgullosos. Hemos logrado reformas tantas importantes como, por ejemplo, darles a nuestros niños un posnatal de seis meses, porque el posnatal no es solamente para las madres. En Chile teníamos un posnatal de sólo tres meses y que favorecía a sólo una de cada tres mujeres trabajadoras en Chile. Hoy día el posnatal es de seis meses y beneficia a todas las mujeres trabajadoras chilenas.
Cómo no va a ser algo de lo cual sentirnos orgullosos de darle a nuestros niños, a los que han nacido y a los que van a nacer, el derecho a tener en esos primeros seis meses de vida, donde se forma su carácter, su personalidad, se define su desarrollo emocional, intelectual y físico, lo que más necesitan, la presencia, la cercanía de su madre y de su padre.
Y que después tengan, producto de un proyecto de ley, acceso y garantía a sala cuna con financiamiento universal para todas las mujeres trabajadoras chilenas, acceso a una educación preescolar garantizada y de calidad.
Cómo no sentirnos orgullosos de haber hecho justicia con nuestros adultos mayores, eliminando el descuento del 7% de salud, lo cual hace poco extendimos también a los pensionados de nuestras Fuerzas Armadas.
Pero además de eso, tal vez lo que más emociona no son estas cifras, sino que el haber podido conocer esa infinita fortaleza, solidaridad y coraje que ha sabido demostrar el pueblo chileno y que hemos aprendido que cuando trabajamos unidos, somos capaces de lograr grandes cosas.
Hoy día en el mundo nadie pone en duda el carácter, el temple y la nobleza del pueblo chileno. Llegó el momento de que nosotros también seamos capaces de confiar más en nosotros mismos.
La forma como hemos llevado a cabo la reconstrucción, la voluntad y la fe que pusimos para rescatar a nuestros mineros que estaban atrapados en las profundidades de un mina, en el norte de nuestro país, la unidad con que celebramos nuestro Bicentenario, la constelación de héroes anónimos que hemos conocido, admirado y agradecido durante estos años, constituyen, sin duda, una fuerza invencible, que ahora debemos orientar para hacer realidad los nuevos desafíos que Dios y la vida nos están poniendo por delante. Esos desafíos que durante los primeros dos siglos de vida independiente nos han sido tan esquivos, porque el sueño, la misión, la responsabilidad de nuestra generación, la generación del Bicentenario, es lograr aquello que nuestros padres, nuestros abuelos y los que los antecedieron siempre buscaron, pero nunca lograron, lograr hacer de Chile un país sin pobreza, un país con mayor igualdad de oportunidades, un país desarrollado, un país que le garantice a todos sus hijos, un mundo de oportunidades para poder desarrollar sus talentos y una vida con dignidades, como lo requiere todo ser humano.
Por eso estamos trabajando para enfrentar también los desafíos del futuro, para que todos nuestros hijos sepan que por el solo hecho de haber nacido en este país bendito por Dios, van a tener esa vida de oportunidades, de seguridades y con valores que interpretan fielmente el alma de nuestro país.
Porque, al fin y al cabo, ese sería y ese será el mayor homenaje que podemos hacer a nuestros compatriotas que perdieron la vida un 27 de febrero, y el mayor compromiso que podemos mostrar con los chilenos de hoy y especialmente con las chilenas y chilenos que vendrán, esos niños que están por nacer y que sin duda, aunque aún no los conocemos, los queremos como si estuvieran con nosotros.
Y cuando trabajamos, y durante estos últimos cuatros años, lo hacemos pensando siempre en los chilenos de hoy, pero también en los chilenos del mañana.
Por eso quiero terminar estas palabras agradeciendo a todos y cada uno de nuestros compatriotas, por el privilegio que nos dieron de permitirnos, y la oportunidad, de gobernar a nuestro país en tiempos difíciles, pero también en tiempos que han demostrado ser muy fecundos y que han cambiado para mejor a nuestro país y han cambiado para mejor la vida de todas y cada una de nuestras familias.
Yo sé que todavía quedan muchos problemas por enfrentar, que hay mucha gente que merece y necesita una vida mejor, que hay mucho sufrimiento que tenemos que ser capaces de comprender, y no solamente comprender, sino que también ayudar a transformar en alegría y en esperanza.
Pero yo quisiera decir, hoy día sabemos que cualquiera sean los desafíos que tengamos que enfrentar, si estamos unidos, porque en la división está el germen de nuestra debilidad y en la unidad está la base de nuestras fortalezas, vamos a ser capaces de enfrentarlos igual como enfrentamos la reconstrucción, el rescate de los mineros y tantos otros desafíos que Dios ha puesto en nuestro camino, porque Dios nunca nos pone un desafío sin saber que somos capaces de enfrentarlo.
Chile, este Chile, es el único país que tenemos, es el país que recibimos de nuestros padres y de nuestros antepasados, y es el país que con orgullo le vamos a dejar en herencia a nuestros hijos y a nuestros nietos. Es esta tierra en donde nacimos, la misma tierra en donde queremos vivir y en donde también queremos morir.
Hace un tiempo, una revista y un organismo internacional de alto prestigio seleccionaron a Chile como el mejor país de América Latina para nacer y para envejecer. Eso fue algo que llenó nuestros corazones de emoción. Porque, qué mejor homenaje, qué mejor reconocimiento puede ser recibir un país que cuando es designado como el mejor país para nacer y el mejor país para envejecer.
Porque es esta tierra donde yacen también nuestros héroes, nuestros poetas y donde descansan nuestros padres y nuestros abuelos, la tierra que llevamos profundamente en nuestros corazones.
Una nación que ha sido por siempre por remotas naciones respetada, por fuerte, principal y poderosa, como dice el maravilloso poema de La Araucana.
Ésta es nuestra Patria, a veces golpeada, pero nunca doblegada. Un país en que su mayor riqueza no está sólo en sus abundantes recursos naturales, en sus maravillosos paisajes, ni siquiera en la altura de sus edificios o la fuerza de sus ramas armadas, sino que está en nuestra gente, en nuestro pueblo, en nuestros héroes, los de ayer, los de hoy, los de siempre.
Por eso, quiero pedir hoy día, aquí en Tumbes, que Dios bendiga a nuestra patria, que Dios bendiga a los chilenos, y gracias, muchas gracias”.