Discurso de S.E el Presidente de la República, Sebastián Piñera al entrar a La Moneda
Santiago, 11 de marzo de 2010
Hoy me tocó asumir el mando de nuestra Nación por la voluntad libre y soberana del pueblo chileno.
Lo hice en un momento histórico y también dramático. Histórico, porque en septiembre de este año vamos a cumplir como país y como Patria 200 años de vida independiente y vamos a abrir las puertas de nuestro tercer siglo como Nación independiente. Dramático, porque Chile ha sido asolado por una tragedia que hoy día tuvo nuevas manifestaciones, en el preciso momento en que se producía el cambio de mando.
En las últimas semanas, la tierra se sacudió bajo nuestros pies y el mar azotó nuestras costas. Cientos de compatriotas perdieron sus vidas y muchos siguen aún desaparecidos. Miles y miles fueron víctimas de este terremoto y maremoto, algunos como heridos y muchos como desamparados. Sin duda, la pérdida de vidas humanas y la existencia de chilenas y chilenos desaparecidos son la parte más sensible y dolorosa de esta tragedia. Cientos de chilenos han visto cómo el terremoto y el maremoto destruían sus viviendas, y a veces sus sueños, donde con tanto esfuerzo habían construido un hogar. Millones de compatriotas resultaron damnificados y todos los chilenos hoy día sufrimos y compartimos el dolor de nuestros hermanos y estamos decididos a extender nuestras manos e ir prontamente en su ayuda.
En esta hora histórica y trágica nos fortalece, sin duda, el ejemplo de un joven capitán de la Esmeralda, que frente a una adversidad juró que mientras él viviera la bandera flamearía en su lugar. El temple de un pueblo, el alma de una Nación, se ponen a prueba y se develan en tiempos de adversidad. Y todos sabemos, en lo más profundo de nuestros corazones, que nuestro pueblo está construido de madera noble y generosa y que el alma de nuestro país es también noble y generosa.
Porque sabemos también que nuestro país ha sido templado en la adversidad. A nosotros los chilenos nada nos ha sido regalado. Todo lo hemos conquistado con coraje, con esfuerzo y con mucha voluntad. Sé que los interpreto a todos al afirmar que tenemos la certeza que vamos a superar estos tiempos de adversidad y que, a pesar del dolor y del sufrimiento, y sin que esto signifique olvidar a nuestros seres queridos que perdieron sus vidas o a aquellos que aún están desaparecidos, tendremos que secar nuestras lágrimas y poner manos a la obra. Porque juntos sabremos, una y mil veces, volver a ponernos de pie, a reconstruir aquello que el terremoto y maremoto destruyeron, a levantar nuestro país y a reiniciar esta senda hacia esa Patria libre, grande, justa y fraterna con la cual siempre hemos soñado.
Una nueva transición
Queridos compatriotas: hace 20 años nuestro pueblo recuperó la democracia y también la sana convivencia entre los chilenos. Lo hicimos en paz y con tranquilidad, lo logramos con el aporte patriótico de todos, del mundo civil, del mundo militar y de todas las chilenas y chilenos de buena voluntad. Como Presidente de Chile, quiero convocarlos a todos ustedes, a la generación del Bicentenario, a dos grandes y nobles misiones. Primero, a reconstruir sobre roca y no sobre arena lo que ha sido destruido y a levantar nuevamente nuestras viviendas, las escuelas, los hospitales y, por sobre todo, a levantar nuestro ánimo, coraje y nuestra voluntad de lucha.
Y también convocarlos a una nueva transición, joven, a la transición del futuro, que va mucho más allá de levantar lo que hoy día está en el suelo. Esta nueva transición apunta a construir un Chile desarrollado, sin pobreza, con verdadera igualdad de oportunidades y de progreso para todos sus hijos, cualquiera sea la condición de la cuna que los vio o los verá nacer.
Esta nueva transición apunta también a levantar el alma de nuestro país, no solamente al progreso material, sino también progreso espiritual. A construir un Chile en que el valor de la vida y la familia sean siempre sagrados; a construir un país en que los valores de la libertad, la justicia, la solidaridad, el trabajo bien hecho y la responsabilidad, sean siempre valorados y respetados; un Chile con espíritu de unidad y con confianza en nuestro presente y con mucha esperanza en nuestro futuro. Estoy convencido, al igual que ustedes, que nada une, motiva y convoca tanto a un pueblo libre como un proyecto grande, noble y ambicioso, que al mismo tiempo sea un proyecto factible y en que todos encontremos un lugar para colaborar a su realización y todos sepamos que tendremos una cuota en los beneficios de ese proyecto.
Por eso, a partir de hoy, en que enfrento sin duda el mayor desafío de mi vida, con mucha humildad y con plena conciencia de mis limitaciones, pero también con un entusiasmo y una voluntad férrea e inquebrantable, quiero asumir el compromiso con nuestra Patria, la responsabilidad que las chilenos y chilenos han puesto sobre nuestros hombros, que consiste, ni más ni menos, en sus esperanzas de una vida más plena, una vida más feliz para ellos, para sus familias, sus hijos y para los que vendrán después a seguir construyendo.
Esta fuerza y este coraje para enfrentar este desafío surgen de la plena convicción que en esta tarea no estamos solos. Estamos acompañados por un pueblo valiente, esforzado y generoso; por un equipo de Gobierno con compromiso y vocación de servicio público; por una familia que me ha acompañado durante toda una vida, que es una familia maravillosa, a la cual quiero agradecerle hoy día desde el fondo del corazón, a mis nietos, a mis hijos y especialmente a mi mujer, Cecilia, sin cuya compañía, consejo, amor y cariño, jamás habría llegado a tener las oportunidades y las responsabilidades que hoy día llevo sobre mis hombros. Pueden estar seguros que también contamos con la atenta mirada y con la guía de nuestro Dios, que nos va a acompañar y nos ha acompañado en los tiempos de adversidad y en los tiempos de felicidad, a medida que vayamos reconstruyendo nuestro país y levantando el alma de nuestro pueblo.
Nuestra misión
A partir de hoy y durante los próximos cuatro años pondremos todos los talentos, energías y fuerzas que Dios nos dio al servicio de Chile y de los chilenos y de estas enormes tareas y desafíos que tenemos por delante. Lo haremos con un cariño, con una dedicación muy especial por aquellos que más lo necesitan, por los que hoy día están sufriendo, por los más pobres, los que están desolados o desamparados, los que están enfermos, por nuestra sufrida clase media, nuestros adultos mayores y por aquellos que viven con alguna discapacidad. Para ellos van a ser nuestros mejores esfuerzos.
Quiero que todos nuestros compatriotas sepan que les vamos a hablar siempre con respeto y con la verdad y que, mientras muchos de ustedes duerman, habrá un Gobierno trabajando para que sus hijos y sus familias puedan tener un mejor amanecer.
Ni ustedes ni nosotros anticipamos, ni mucho menos quisimos, que nuestro Gobierno se iniciara en circunstancias tan trágicas y tan adversas. Pero yo sé que la tragedia y la adversidad, lejos de quebrarnos o debilitarnos, nos va a fortalecer. Igual como el viento apaga los fuegos pequeños, pero enciende los grandes, la tragedia y la adversidad nunca quiebra a los pueblos que son fuertes, sino que todo lo contrario, los agiganta para enfrentar sus desafíos y encontrarse con su misión, con su destino y con su futuro. Si antes dijimos que íbamos a hacer las cosas bien, ahora las vamos a hacer mucho mejor. Si antes prometimos que íbamos a actuar con un sentido de urgencia, ahora lo vamos a hacer con un sentido de verdadero apremio. Si dijimos que íbamos a estar cerca siempre de la gente, hoy les quiero decir que vamos a hacer sus dolores y sus esperanzas nuestros dolores y nuestras esperanzas.
Los héroes del Bicentenario
Durante esta campaña dije que Chile era un país de héroes, muchos héroes y muchas veces anónimos. En esos tiempos algunos nos rebatieron diciendo que los héroes ya no existían. Hoy día quiero decirle a esos detractores que estaban equivocados, que tal vez no habían sabido buscar bien. En los tiempos de adversidad que estamos viviendo, esos héroes se han vuelto a poner de pie para darnos un ejemplo y un testimonio de coraje. Ahí está Martina Maturana, una niña de sólo 12 años, que tocando una campana en la Isla de Juan Fernández, salvó cientos de vidas de chilenas y chilenos. Ahí está Altidoro Garrido, que arriesgando su propia vida, rescató a decenas de personas de la furia del mar en el pueblo de Dichato.
Ahí están los pescadores de Constitución, que entregaron sus vidas por salvar las de sus compañeros e incluso de personas que quizás nunca conocieron. Ahí están nuestro Cuerpo de Bomberos, nuestras Fuerzas Armadas, y esos miles y miles de voluntarios que no dudaron un segundo en salir a ayudar a los damnificados. Ahí está también Vicente Camus, que tuvo la audacia de nacer y de asomarse a este mundo el sábado 27 de febrero a las 3.34 de la madrugada, cuando la tierra se estremecía con el terremoto y cuando nuestras costas recibían el impacto del maremoto.
Yo sé que ellos son, ellos y muchos más, los verdaderos herederos de Caupolicán, Lautaro, Galvarino, Fresia, Guacolda, O’Higgins, Carrera, Prat, la Sargento Candelaria, los Héroes de La Concepción. Ellos son los héroes del Bicentenario; ellos son nuestros héroes del presente.
También sabemos que tan pronto la tierra amainó y el mar recuperó su calma, vimos también miseria, abuso de unos pocos que, aprovechándose del desamparo y la tragedia de los muchos, no dudaron en saquear, en destruir, agravando las consecuencias del desastre y mostrando una conducta muy repudiable y de gran bajeza moral. Pero no nos confundamos, esos son los menos. La inmensa mayoría del pueblo chileno mostró su temple, su valor; mostró su coraje, su solidaridad, en los momentos en que más lo necesitábamos.
Quiero hoy reiterar con voz fuerte y clara nuestro compromiso: vamos a reconstruir Chile todos juntos, piedra por piedra, ladrillo por ladrillo. Y no sólo lo vamos a reconstruir, lo vamos a reconstruir mejor. Vamos a enfrentar los desafíos que este Bicentenario ha puesto sobre los hombros de nuestra generación y vamos a dar todos juntos ese gran salto hacia adelante, hacia el futuro y el progreso.
Y para lograrlo, hoy más que nunca necesitamos unidad y no división; generosidad y no egoísmo; nobleza y no miseria; coraje y no cobardía; voluntad y no indiferencia; y, por sobre todo, necesitamos y vamos a necesitar más que nunca esa fe inquebrantable en nuestro Dios, en nuestro pueblo, que en tiempos de adversidad siempre nos ha guiado por el camino de la vida, por el camino de la verdad y por el camino del bien.
Cada generación tiene su propia misión y desafío. La nuestra, la generación del Bicentenario, tiene quizás el desafío y la misión más grande y hermosa que pudiéramos haber imaginado. Tenemos el desafío de decidir en qué país queremos seguir viviendo, en qué lugar queremos que vivan nuestros hijos y en qué tipo de país queremos que vivan nuestros nietos. Y para ello vamos a tener que hacer opciones muy difíciles y privilegiar la fraternidad por sobre el rencor y el amor por sobre el odio.
Hoy día los quiero convocar a que todos juntos tomemos los pinceles y con esa imaginación, coraje y esperanza que siempre hemos sabido mostrar, tracemos los caminos que juntos vamos a recorrer hacia esa Patria libre, grande, justa y fraterna que es nuestro deber y que es nuestra obligación construir.
Una Patria maravillosa
Quiero que esta noche histórica y trágica, cerremos nuestros ojos y recorramos juntos con la imaginación nuestro maravilloso país, el país que Dios nos regaló. Que contemplemos con los ojos cerrados nuestra copia feliz del Edén. Que recordemos nuestro norte con su magnífico desierto; que bajemos por nuestra majestuosa blanca montaña, coronada por los hielos eternos; que sintamos la camanchaca densa de la madrugada costera y lleguemos juntos al mar azul e infinito. Que el amanecer nos sorprenda dando gracias a la vida con Violeta Parra y pasemos por Elqui mirando, junto a Gabriela, ese cielo estrellado y esa noche mágica. Que visitemos a Neruda en Valparaíso y admiremos la bahía desde los cerros, adivinando en el horizonte las costas de Rapa-Nui, y con sus moais sintamos la fuerza para seguir adelante. Atravesemos nuestro valle central con sus campos de flores bordados y sus huasos, vinos y empanadas. Acompañemos a quienes hoy están sufriendo los rigores de la naturaleza. Compartamos con ellos nuestro pan y nuestra mesa y observemos ese mar que después de su furia hoy nuevamente tranquilo nos baña, y encomendemos a Dios a los que perdieron su vida y a los que aún siguen desaparecidos en el océano azul que aún no ha querido devolverlos. Sigamos viaje al sur, siempre al sur, puerto por puerto, pueblo por pueblo, acompañados por las gaviotas que recorren nuestras costas. Recorramos los antiguos fuertes, admiremos nuestros bosques siempre verdes, penetremos en el sur profundo, volvamos a hundirnos en nuestra maravillosa y majestuosa cordillera. Desembarquemos en la Isla de Chiloé y recorramos sus islas navegando por esos canales maravillosos y por esos fiordos inigualables hasta llegar a los magníficos glaciares, a los Campos de Hielo, saludando nuestra Patagonia. Descubramos nuestra Antártica.
Hemos recorrido juntos en la imaginación nuestra maravillosa Patria caída y levantada una y otra vez. Cada uno ha podido imaginar el lugar donde nació, donde quiere vivir y donde algún día también va a morir, porque esta es la tierra que amamos, la que recibimos de nuestros padres y nuestros antepasados, la que heredarán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos; aquella tierra que, a pesar de su loca geografía y de su encuentro con la adversidad, no la cambiaríamos por ninguna otra, porque es nuestra tierra, la que amamos. Esa tierra donde han vivido nuestros héroes, nuestros poetas y donde descansan nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros antepasados. La misma tierra de los héroes del presente, de Bruno, Martina, Altidoro y Vicente. El suelo que, como dice una épica escritura, “es la tierra de remotas naciones respetada, por fuerte, principal y poderosa, y donde la gente que la habita es tan granada, tan soberbia, altiva y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a dominio extranjero sometida”. Esa es nuestra tierra, ese es nuestro Chile, y al aprontarse a cumplir 200 años de vida independiente, nos hace sentirnos más orgullosos que nunca de ser chilenos y nos hace sentirnos más agradecidos que nunca de nuestro Dios, por la Patria que nos regaló.
Amigas y amigos: ¡viva Chile! y que Dios nos bendiga.