HOMENAJE A GONZALO ROJAS

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HOMENAJE A GONZALO ROJAS

27 de Abril de 2011

Discurso de S.E. el Presidente de la República, Sebastián Piñera en homenaje a poeta Gonzalo Rojas

Santiago, 27 de abril de 2011

Estamos hoy día reunidos para despedir el cuerpo de Gonzalo Rojas, pero también nos hemos reunido para acompañarlo hasta las puertas de la inmortalidad, a su espíritu, a su poesía y a su legado.

Me tocó conocerlo a comienzos de la década de los 90, cuando como presidente de Editorial Los Andes tuve el privilegio de publicar una de sus muchas obras, “Las Hermosas”, una compilación de poemas eróticos. Lo recuerdo con su boina y su pipa, y esa maravillosa tendencia y facilidad para conversar, con esa picardía, sobre todo los temas que le interesan al ser humano, el amor, su niñez, su juventud, sus mujeres, su familia, sus amigos.

Ese año en que conmemorábamos los 500 años del descubrimiento de América, la lengua castellana lo colmó de reconocimientos. Primero fue el Premio Nacional de Literatura. Luego vino el Premio Reina Sofía. Más tarde vendría el Premio Octavio Paz, de México, y el Premio José Hernández, de Argentina y, finalmente, el Premio Cervantes, del año 2003.

Sin duda que Gonzalo fue un hombre muy prolífico y en sus 93 años de existencia alcanzó a ser y a hacer muchas cosas, de muy distinta naturaleza, lo que refleja el genio que vivía en él y que se expresaba a través de todos sus poros.

En primer lugar, fue un buen chileno, un hombre del sur, de las tierras del carbón, de esas madrugadas de Lebu que describe tantas veces en su poesía, de los atardeceres de Concepción, Ñuble y Arauco.

Pero no solamente fue un buen chileno, también fue un hombre del mundo. Sirvió a Chile como diplomático en China y en Cuba. Sufrió el exilio en Alemania y luego en Venezuela. Y pasó largos años de su vida enseñando, porque si él decía siempre que venía más a aprender que a enseñar, los que lo rodeaban sabían muy bien que con Gonzalo Rojas se aprendía, y se aprendía porque en él había un alma libre que se expresó no solamente en su poesía, se expresó en todos y cada uno de los actos de su vida.

Fue, además, un maestro, un guía y un pedagogo de toda una generación. Un gran animador de los estudios literarios y de los estudios humanistas. En la década de los 60 organizó esos extraordinarios congresos de los cuales quienes tuvieron el privilegio de participar nunca se olvidan y siempre los recuerdan. Esos congresos de escritores y poetas en Concepción, donde con su humildad y talento lograba reunir a las grandes figuras literarias de la época, desde Carlos Fuentes hasta Julio Cortázar, desde Alejandro Carpentier hasta Pablo Neruda, y no exageramos si decimos que en esas jornadas se dio un impulso fundamental al renacimiento que posteriormente experimentó la literatura hispanoamericana.

Por cierto, todos recordamos a Gonzalo Rojas como un poeta, uno de los grandes, uno de los grandes en calidad y también en cantidad, porque sin duda su vida como poeta fue extraordinariamente fecunda y prolífica. Más aún, muchos lo recordaban en vida diciéndole que él era poesía, que su vida era una poesía, a ratos infantil, pero siempre mística, a veces erótica, pero siempre profunda, una poesía que logró ampliar el horizonte intelectual de nuestra Hispanoamérica, combinando permanentemente lo íntimo que surgía del alma, con lo épico que interpretaba a nuestra sociedad, lo sublime que se miraba al cielo, con lo mundano que nos acompañaba en nuestra vida diaria.

No es casualidad que Gonzalo Rojas sea considerado como el exponente más joven de una generación de poetas geniales, que integraron, entre otros, Neruda, Mistral, Huidobro, de Rokha, y que hicieron que Chile fuera reconocido internacionalmente como “el país de los poetas”. Perteneció a esa vanguardia literaria chilena y latinoamericana, formó parte de la familia literaria de Pablo Neruda, en nuestra tierra, pero también de César Vallejos y Octavio Paz, en nuestra América. Pero también recibió el influjo de las mejores tradiciones de la poesía castellana. Y por eso su obra fue, al mismo tiempo, joven y antigua, moderna y clásica, vital y apasionada siempre.

No es fácil pretender encasillar a Gonzalo Rojas, porque es como la libertad, no acepta encasillamientos, y esa vitalidad era capaz de romper todos los cercos, porque a pesar de que conoció la pobreza en su niñez y las adversidades en su juventud, siempre conservó inalterable su capacidad de asombro, de curiosidad.

Recuerdo que siempre decía que “mientras no perdiéramos la capacidad de asombro, seguiríamos siendo jóvenes y mientras no perdiéramos la capacidad de amar, seguiríamos siendo humanos”. Y por eso afirmó alguna vez, siguiendo a Quevedo, “nada me desengaña, el mundo me ha hechizado y ese hechizo persiste en mí. No importan las circunstancias crueles que he vivido, siempre he sido y seré un optimista”. Y Gonzalo Rojas era, al fin de cuentas, no solamente un optimista permanente, también era un enamorado permanente. Enamorado del mundo, enamorado de las mujeres, enamorado de su poesía y de sus libros, enamorado también de su cama, que había traído de China y que no dejaba de mostrarla a quienes lo visitaban, y también de su casa en esa entrañable Chillán, hasta la barra donde hasta hace muy poco tiempo hacía sus flexiones diarias. Era un verdadero enamorado de la vida y un declarado enemigo de la muerte, que lo expresó en uno de sus primeros poemas.

Quizás por eso también quienes han estudiado en profundidad sus obras descubren que sus palabras favoritas, como se dijo, eran las esdrújulas, cómo éxtasis, música, mísero, diáfano, vértigo y, por cierto la palabra relámpago, de la cual quedó prendido cuando la escuchó por primera vez de labios de su hermano mayor cuando aún no cumplía los 4 años. Y es que esas palabras llevan en sí algo que identificaba tan bien a Gonzalo Rojas, la idea de la libertad, del movimiento, de la sorpresa, del desenfreno, como que estuvieran anticipando un estallido o una explosión, porque esa fue la condición permanente de la personalidad, del talento y del genio de Gonzalo Rojas.

Gonzalo Rojas también fue padre, padre de Rodrigo y de Gonzalo, con quienes tuve la posibilidad de conversar cuando visité al poeta en su lecho de enfermo, hace algunas semanas, y a quienes aprovecho de saludar con mucho cariño. Han corrido detrás de las mismas preguntas que permanentemente persiguieron a su padre, y que en el fondo dicen relación con todo aquello que le daba sentido a la vida de Gonzalo Rojas, como es el amor, la pasión, el silencio e incluso esa relación con la propia muerte. Rodrigo ha buscado sus respuestas en la medicina, que no es sino el arte de aliviar y prolongar la vida, y Gonzalo las ha buscado desde la sicología, que no es sino el estudio del alma del ser humano.

Por eso quisiera terminar diciendo que hay muchas maneras de rendir homenaje a Gonzalo Rojas, pero hay una manera de poder enriquecerse de lo que fue la obra y el legado de Gonzalo Rojas, que es leyéndola, y como él habría dicho, mirándola, oliéndola, tocándola, atrapándola. Obras que son capaces de conmover y encantar  a todos, desde el más desprevenido hasta el más ilustre lector, y que están escritas con palabras puras, sencillas, hermosas, pero impregnadas de coraje, impregnadas de valentía, impregnadas de verdad.

Quisiera decirle a Gonzalo Rojas que porque fue tan fácil quererlo en vida, nos va a ser muy difícil olvidarlo.

Gonzalo Rojas, descanse en paz.

Muchas gracias.