Discurso de S.E. el Presidente de la República, Sebastián Piñera, en la ceremonia de conmemoración de los 25 años del Acuerdo Nacional para la transición a la democracia
Santiago, 25 de agosto de 2010
La verdad es que viendo tantos rostros, tantas historias, tantas luchas, tantos logros que se reúnen hoy en esta sala, me siento muy orgulloso de ser chileno. Y eso redobla mi desafío, mi compromiso y mi misión como Presidente de Chile.
Porque la historia nos muestra, en todos y cada uno de sus rincones, que cuando los pueblos destinan sus mejores esfuerzos a una lucha fraticida entre sus propios hijos, sólo cosechan dolor, muerte y sufrimiento. Y Chile lo ha experimentado en varias ocasiones a lo largo de su historia. Cuando eso ocurre y los países se desangran en luchas intestinas entre ellos mismos, no solamente sacrifican su futuro, sino que, en cierta forma, renuncian a luchar y construir su porvenir.
En nuestro país, en un pasado aún reciente, dio la impresión que gobierno y oposición estaban más preocupados de destruirse mutuamente, que de construir juntos un mejor futuro para todos.
Si nos remontamos a la década de los 60, 70, 80, casi sin darnos cuenta, pero en forma inexorable, fuimos perdiendo esa madurez, esa sabiduría, esa sensatez que tanta admiración había causado nuestra democracia en el mundo entero. Y fuimos cediendo, paso a paso, a las pasiones desbordadas y a los intentos de imponer utopías totalitarias y excluyentes. Fuimos perdiendo el respeto y la tolerancia entre nosotros y, frente a nuestras legítimas diferencias, fuimos incapaces de establecer diálogos y buscar los acuerdos que el país requería. Así, poco a poco, la violencia verbal, la violencia física, la descalificación y el odio fueron envenenando nuestra democracia hasta que terminamos viéndonos como enemigos y no como compatriotas.
Recuerdo algunas frases, que en su época fueron tan aplaudidas como inconducentes. Un senador de la época dijo que su misión sería negarle la sal y el agua a un gobierno que acaba de ser elegido por amplísima mayoría; un Presidente dijo que no cambiaría una coma de su programa ni por un millón de votos; otro, que no era el Presidente de todos los chilenos; y un tercero, que en Chile no se movía una hoja sin que él lo supiera.
Ninguna de esas frases reflejaban el espíritu que nuestra democracia requería.
Y el resultado de ese proceso lento pero inexorable de deterioro fueron años de división, de dolor, de sufrimiento, de atropello a los Derechos Humanos, en que nuestra democracia, nuestra amistad cívica y nuestra sana convivencia terminaron pagando el costo, porque cayeron destruidas frente a esa actitud irresponsable.
En este sentido, el quiebre de nuestra democracia el 11 de septiembre de 1973 no fue una muerte súbita ni tampoco sorpresiva. Fue, más bien, el desenlace previsible aunque no inevitable, de un largo y penoso deterioro de nuestros valores republicanos, de una creciente polarización y violencia en nuestros espíritus y de un progresivo debilitamiento de nuestras instituciones y Estado de Derecho.
Un acuerdo nacional
Ello, sin embargo, no hace sino engrandecer la gesta que hoy queremos conmemorar, que ocurrió hace exactamente 25 años, el 25 de agosto de 1985, cuando, a instancias de un gran pastor como el Cardenal Juan Francisco Fresno, 20 líderes y dirigentes políticos de nuestro país, de muy distinto origen y pensamiento, y que habían tenido muchas confrontaciones a lo largo de sus vidas, supieron anteponer el interés superior de la patria y proponerle al país un “Acuerdo Nacional para la Plena Transición hacia una Democracia de Verdad”.
Al hacerlo, sin duda demostraron coraje, visión y sabiduría.
Coraje, porque se vivían tiempos difíciles y enfrentaban muchos riesgos.
Visión, porque se anticiparon a su tiempo, sintieron la necesidad de restablecer, a través del diálogo y los acuerdos, nuestra democracia plena, que es la forma natural de vida del pueblo chileno. Y además, lo hicieron con amplitud, con generosidad, con nobleza, con tolerancia, con respeto, privilegiando el diálogo y la búsqueda de acuerdos, frente a un gobierno militar que ya se prolongaba más de la cuenta y que pretendía extender su período más allá de todo límite razonable.
Pero también demostraron mucha sabiduría, porque el Acuerdo giró en torno a tres ejes fundamentales, que si bien hoy pueden parecernos obvios, no lo eran en un Chile cruzado por una profunda crisis económica y alta polarización política, como las que existían entonces.
En primer lugar, el Acuerdo proponía un gran pacto constitucional para tener una Constitución plena y auténticamente democrática, que uniera y no dividiera a los chilenos y que sirviera de gran marco bajo el cual todos, aun pensando distinto, pudieran desarrollar libre y democráticamente su participación en la vida política y cívica de nuestro país.
De hecho, el Acuerdo en materia constitucional proponía la elección democrática de todo el Congreso; procedimientos más expeditos para reformar nuestra Constitución; la elección directa y competitiva del Presidente; la creación de un Tribunal Constitucional; el restablecimiento de la ley de partidos políticos; y una mejor regulación y mayor delimitación de los estados de excepción constitucional de forma de hacerlos más respetuosos de las libertades individuales y de los derechos fundamentales de las personas.
En segundo lugar, el Acuerdo también despejaba muchas dudas e incertidumbres respecto al futuro en materia del orden económico de nuestro país, estableciendo como prioridades el crecimiento económico, la lucha contra la pobreza, la búsqueda de una mayor igualdad de oportunidades, la responsabilidad fiscal, el respeto por la propiedad privada y, por sobre todo, la búsqueda de entendimientos y no enfrentamientos entre empresarios y trabajadores.
Y en tercer lugar, proponía medidas inmediatas para avanzar hacia el restablecimiento gradual de las libertades, levantando los estados de excepción, el fin del exilio, la plena vigencia de las libertades políticas, el restablecimiento de los registros electorales y el normal funcionamiento de los partidos políticos; además de la dictación de una ley electoral que permitiera procesos electorales limpios, transparentes y participativos.
Como se aprecia, los tres ejes en torno a los cuales giró el Acuerdo Nacional representan los tres pilares sobre los cuales descansaría, años después, nuestra exitosa y ejemplar transición hacia la democracia.
En lo político, el compromiso firme y claro con una democracia participativa y moderna; en lo económico, el compromiso con una economía social de mercado libre, abierta, competitiva; y en lo social, el compromiso con la igualdad de oportunidades y con la lucha contra la pobreza, a través de un Estado fuerte y eficaz en el cumplimiento de estos objetivos.
Pero igualmente importante, ese Acuerdo Nacional tuvo otro mérito, que fue fortalecer valores, que entonces escaseaban en nuestra sociedad, como la amistad cívica, el respeto más allá de las diferencias políticas, la búsqueda de diálogos y acuerdos. En suma, la colaboración entre personas que habían pensado y se habían enfrentado muchas veces en el pasado, para dejar atrás ese juego de suma cero en que lo que uno gana lo pierde el otro y hacer así de Chile un mejor país.
Yo quisiera hoy día, 25 años después, recordar uno a uno a los que dieron ese primer gran gesto para acercarnos hacia nuestra democracia en forma pacífica y ejemplar.
Muchos de ellos están hoy día con nosotros, y sin duda tienen una estatura moral y política que todos, partidarios y adversarios, les reconocemos. Personas como don Patricio Aylwin y don Gabriel Valdés. Andrés Allamand; Fernando Maturana; Enrique Silva Cimma; Luis Fernando Luengo; Hugo Zepeda; Armando Jaramillo; Gastón Ureta; Pedro Correa; Patricio Phillips; René Abeliuk; Mario Sharpe; Ramón Silva Ulloa; Carlos Briones; Darío Pavez; Sergio Navarrete; Germán Pérez; Sergio Aguiló y Luis Maira, fueron parte de ese grupo de 20 hombres y, curiosamente, ninguna mujer. Tal vez por eso el Acuerdo Nacional no logró llegar a buen puerto.
Y quiero agregar también a tres personas que jugaron un rol fundamental, como representantes del Cardenal Fresno, que hasta el día de hoy siguen cumpliendo una importante labor en nuestro país y que son parte de nuestro patrimonio moral, como José Zabala; Sergio Molina y Fernando Léniz.
Es verdad que este acuerdo no prosperó por las férreas oposiciones que se generaron desde extremos muy poderosas, pero sí logró sembró una semilla fecunda que germinaría 4 años más tarde, cuando la sabiduría, el amor por Chile y la sensatez se sobrepusieron a aquellos que cerraban todos los caminos hacia una transición pacífica y ejemplar.
Porque el año 1989, una abrumadora mayoría de chilenos aprobó en un plebiscito las 54 reformas constitucionales que se acordaron entre la Concertación de Partidos por la Democracia, el gobierno militar y muchas fuerzas del actual gobierno, particularmente de Renovación Nacional. Esas reformas permitieron, entre otras cosas, asegurar el pluralismo político, eliminando un artículo que prescribía las ideas y no las conductas; aumentar la participación civil en el Consejo de Seguridad Nacional; incrementar el número de senadores electos disminuyendo así el peso de los senadores designados y reducir el período presidencial permanente de 8 a 6 años.
Normalmente las transiciones de gobiernos autoritarios hacia gobiernos democráticos se producen en medio de crisis política, caos económico y violencia social. Eso es lo que nos enseña la historia. Podríamos citar mil ejemplos. Pero el chileno no fue así. Nuestra transición no tuvo crisis política, ni caos económico ni violencia social, producto precisamente de la inteligencia, de la sabiduría, del patriotismo, porque al fin y al cabo fue una transición acordada, en que todos sacrificaron parte de lo que querían, por lograr ese acuerdo que le dio solidez.
Por eso quiero reconocer también a quienes jugaron un rol protagónico en esa oportunidad. Personas como Edgardo Böeninger, José Antonio Viera Gallo, Ricardo Rivadeneira que también nos acompaña hoy día, Sergio Onofre Jarpa, Carlos Reymond, Raúl Bertelsen, Carlos Cáceres y tantos más, jugaron un rol muy importante en lograr esos acuerdos de 1989 que fueron, sin duda, un gigantesco paso adelante hacia una democracia más plena y auténtica.
Pero no fue suficiente, y la tarea quedó inconclusa, y todos los que participaron de esos acuerdos del año 89 lo saben y lo recuerdan.
Por eso, 16 años después, el año 2005, se logró un nuevo gran acuerdo durante el gobierno del Presidente Lagos, que permitió las reformas constitucionales de aquel año y que también tuvo contenidos muy significativos: el término de los senadores designados y vitalicios para que todos los miembros del Parlamento fueran elegidos por la voluntad popular; el explicitar que todos los organismos del Estado son garantes de la institucionalidad y la democracia y no solo las Fuerzas Armadas y de Orden; el término de la inamovilidad de los Comandantes en Jefe; la disminución de las atribuciones del Consejo de Seguridad Nacional, entre muchas otras.
Y yo también quisiera destacar a algunas de las muchas personas que hicieron posible estos acuerdos. Por de pronto, el Presidente Lagos, el ministro José Miguel Insulza y también senadores que jugaron roles protagónicos, como Alberto Espina, Andrés Zaldívar, Andrés Chadwick, José Antonio Viera Gallo, Hernán Larraín y todas las fuerzas políticas representadas en nuestro Congreso.
Hoy, 25 años después del Acuerdo Nacional que conmemoramos, los desafíos son otros, pero el espíritu con que los enfrentemos debe ser el mismo: patriotismo, unidad, diálogo y acuerdos, para seguir perfeccionando nuestra democracia, sana convivencia y la calidad de vida de todos los chilenos.
Porque necesitamos dar un nuevo salto adelante para que nuestra democracia sea más vital, más participativa, más fuerte, más joven.
Porque la verdad, es que sólo con esas cualidades de patriotismo, buena voluntad y acuerdos, hemos logrado dar grandes pasos y saltos hacia adelante. Cuando nos consume la odiosidad, la división, la intolerancia lo único que hacemos es marcar el paso y muchas veces retroceder.
Y hoy tenemos una paradoja: tanto aprecio por la democracia y tanto desprecio por la política. Una paradoja, sin duda, peligrosa porque todos sabemos que no hay democracia sana con política enferma. Y ello suele terminar siendo una profecía autocumplida.
Nuestra democracia actual también tiene problemas. Está perdiendo fuerza y vitalidad, está envejeciendo, está alejándose de la ciudadanía y, en cierta forma, está perdiendo legitimidad, como se refleja en la apreciación ciudadana de las principales instituciones de la democracia.
Hoy día tenemos 11,5 millones de chilenos y chilenas mayores de 18 años, pero solamente ocho millones están inscritos en los registros electorales. Es decir, 3,5 millones de chilenos ni siquiera han tenido la voluntad o la intención de inscribirse para participar en nuestra democracia. Si a eso sumamos los votos de abstención, nulos y blancos, nos damos cuenta que más de la mitad de los chilenos mayores de 18 años no participan de nuestra democracia.
Adicionalmente nuestra democracia está envejeciendo. En el Plebiscito del 88, el 36 por ciento de los votantes eran jóvenes. En la última elección presidencial esa cifra se redujo a sólo el nueve por ciento. Los jóvenes básicamente no se están inscribiendo. De los tres millones de jóvenes mayores de 18 años que podrían votar, sólo 700 mil están inscritos y 2,3 millones no lo han hecho. Ello explica que nuestro padrón electoral esté prácticamente congelado en relación al que existía a fines de la década de los 80.
Llegó el momento de enfrentar este problema, que se refleja en una pérdida de legitimidad y de aprecio por nuestras instituciones democráticas y un distanciamiento de los ciudadanos de la política y de los políticos.
Por eso hoy día, como un homenaje al 25 de agosto del año 85 y del Acuerdo Nacional, quiero proponerle al país que tomemos el toro por las astas y le devolvamos a nuestra democracia su legitimidad, su fuerza, su juventud, su vitalidad, su energía.
Para ello seguiremos recogiendo las buenas ideas, vengan de donde vengan. Porque no queremos que sean reformas del Gobierno o de un sector determinado. La verdad es que hemos recogido ideas de todos, de diputados y senadores de un lado y del otro y de miembros de gobiernos anteriores. Aquí lo importante no es de dónde viene la idea, lo importante es si la idea es buena y si logra generar un consenso en torno a ella.
Quiero ratificar nuestro más firme compromiso y total apoyo para sacar adelante estas reformas. Como la inscripción automática, que va agregar 4 millones de chilenos a nuestros padrones electorales.
Como el voto voluntario. Y yo sé que aquí hay legítimas diferencias, porque uno puede considerar el voto como un derecho o como una obligación. Nosotros hemos optado por establecerlo como un derecho, de forma tal que sea voluntario y sean los políticos los que deban cautivar el interés de la gente y no que los votos sean por temor a una multa o a una sanción;
Como el voto de los chilenos residentes en el extranjero.
Como el facilitar los procesos electorales, para que no sea un día en que todo el resto de las actividades deba detenerse, sino que sea parte de la vida normal de una sociedad;
Como la reestructuración del Servicio Electoral, para que dé garantías de transparencia e imparcialidad a todos y cada uno de los chilenos;
Como el cambio de la fecha de las elecciones presidenciales, para que las segundas vueltas no caigan en el mes de enero, interrumpiendo muchas veces las fiestas de Navidad, las fiestas de Año Nuevo, las vacaciones, afectando al comercio y al turismo, y fijar la primera vuelta el tercer domingo del mes de noviembre y la segunda cuatro semanas después, es decir antes del 15 de diciembre;
Como el perfeccionamiento y modernización de nuestra ley de partidos políticos, aumentando su transparencia, que significa dejar pasar la luz para que se conozca claramente cómo se toman sus decisiones y cómo se hacen sus debates y, al mismo tiempo, incrementar la participación de sus militantes;
Como el establecimiento de primarias para la elección de candidatos, que permitan una mayor participación de la ciudadanía, y que sean voluntarias y vinculantes;
Además, y esos son los proyectos de ley que vamos a firmar hoy día para enviar al Congreso, el establecimiento de la iniciativa ciudadana de ley, de forma tal que un porcentaje determinado de ciudadanos pueda proponerle al Congreso un proyecto de ley, igual como lo puede hacer cualquier diputado, cualquier senador pero, naturalmente, sin invadir el área de iniciativa exclusiva del Presidente; La simplificación de la realización de plebiscitos comunales, para conocer las preferencias y las voluntades de los vecinos de cada comuna. No como es hoy día, en que un plebiscito comunal es prácticamente imposible porque exige requisitos equivalentes al de una elección nacional y costos que muchas municipalidades no pueden enfrentar;
El perfeccionamiento del sistema de declaración de patrimonios e intereses;
El sacar adelante, de una vez por todas, la llamada ley del fideicomiso, que establezca claramente las reglas que deben cumplir aquellos que teniendo legítimas actividades económicas, tengan también un legítimo compromiso con el servicio público;
Avanzar en otros frentes, como perfeccionar la democracia en los gobiernos regionales y comunales y dar cumplimiento al mandato constitucional de elección directa de los consejeros regionales; Y establecer una ley que regule el lobby, de forma tal de que esta actividad se realice de manera transparente y legítima.
Estos y otros proyectos de ley que hoy vamos a firmar, reflejan la voluntad profunda del pueblo chileno, y por eso estoy seguro que contarán con un sólido, resuelto y oportuno respaldo de nuestros parlamentarios, tanto en la Cámara como en el Senado.
Yo sé que este proceso de perfeccionamiento de nuestra democracia no termina nunca, porque siempre quedan temas pendientes. Por de pronto, hay en nuestra sociedad un debate respecto del sistema electoral que no está resuelto. Todos los sistemas electorales tienen ventajas y desventajas. Pero lo cierto es que en nuestro país no ha habido un acuerdo en esta materia, lo que se refleja, por ejemplo, en el hecho de que nunca se ha presentado un proyecto de ley que reforme nuestro sistema electoral en los 20 años que llevamos de democracia. Ese es un tema pendiente, que espero sepamos enfrentarlo con la misma unidad, sabiduría, espíritu de diálogo y acuerdos con que estamos enfrentando esta agenda de reformas constitucionales y legales a la cual me he referido.
Este es el año del Bicentenario, que es un año muy particular, porque está cruzado por la tragedia, el terremoto y el maremoto, uno de los 5 peores terremotos en la historia de la humanidad como fue el que golpeó a nuestro país el 27 de febrero, pero también por la historia. Porque este año celebramos 200 años de historia republicana.
Y nosotros queremos hacer de este Bicentenario una fiesta de unidad.
Por eso, personalmente he invitado a los cuatro ex Presidentes, a don Patricio Aylwin; don Ricardo Lagos; don Eduardo Frei y doña Michelle Bachelet, para que se sumen a esta fiesta republicana del Bicentenario. Y los cuatro han accedido y, por tanto, esperamos una fiesta de unidad nacional, que refleje lo mejor del espíritu republicano y que nos dé las fuerzas para enfrentar los desafíos del futuro, porque estoy seguro que lo más importante es lo que está por venir.
Y ese futuro tiene que encontrarnos unidos, con fuerza, con voluntad, como lo tuvieron los 33 mineros cuando enfrentaron su propia adversidad.
Yo estoy convencido que nada une más a un pueblo que un proyecto grande, noble, ambicioso, pero factible, con metas y con plazos claros, en que todos tengan un espacio para aportar y todos también sepan que van a participar de sus beneficios y logros.
Y siento que esa es la gran misión de nuestra generación, la generación del Bicentenario.
Muchas gracias.