Discurso de S.E. el Presidente de la República, Sebastián Piñera, durante la vigilia en conmemoración del primer aniversario del terremoto
Cobquecura, 27 de febrero de 2011
Hace justo un año, cuando millones y millones de chilenos regresaban de sus vacaciones para iniciar un nuevo año, cuando un nuevo Gobierno se preparaba para asumir el mando de la Nación y cuando menos lo esperábamos, la naturaleza desató sus fuerzas destructivas y devastadoras sobre nuestro país. Esa madrugada del 27 de febrero todos sentimos cómo la tierra se remeció bajo nuestros pies y cómo ese mar que tranquilo nos baña se enfureció y asoló nuestras costas. Es por eso que hemos querido reunirnos hoy en Cobquecura, el epicentro, el corazón de ese terremoto, en esta ceremonia sencilla, pero profunda y con mucho significado.
En primer lugar, para recordar y conmemorar a esos 521 chilenos, chilenas, niños y niñas, que perdieron sus vidas en esa madrugada. Y también a esas decenas de chilenas y chilenos que hasta el día de hoy siguen desaparecidos. Nuestros rezos están con ellos y nuestra solidaridad está con sus familiares. También queremos recordar y conmemorar a esos más de dos millones de chilenos y chilenas que fueron directa y personalmente afectados, damnificados por las fuerzas devastadoras y destructivas de la tierra y del mar. En pocos minutos vimos cómo el trabajo de tantos, durante tanto tiempo y con tanto cariño, se caía, se destruía bajo nuestros ojos. En pocos minutos los chilenos vimos cómo cientos de miles de viviendas, miles de escuelas, decenas de hospitales, no resistieron el embate del terremoto o las fuerzas de los maremotos que lo sucedieron. También vimos cómo puentes, aeropuertos, puertos, embalses, obras de riego, iglesias, edificios patrimoniales, se derrumbaban, trayendo mucho dolor, frustración y también mucha angustia a millones y millones de chilenos.
Recuerdo esa madrugada como si fuera hoy. Apenas supimos, como tantos chilenos, por la fuerza de la tierra que se remecía bajo nuestros pies, como tantos otros, intuimos que la tragedia era profunda y que había golpeado duramente el corazón de nuestro país. Nos fuimos a la ONEMI, donde estaba la Presidenta Bachelet, y después vinimos a recorrer las zonas más golpeadas y afectadas por el terremoto y el maremoto. Llegamos esa mañana a Talcahuano, una ciudad que parecía estar saliendo de una verdadera guerra. La gente caminaba por las calles sin destino, buscando agua. Fuimos a Concepción y estuvimos cerca del edificio Alto Río. Recuerdo que estaba prácticamente solo, unos cuatro o cinco bomberos buscaban cómo ayudar a la gente atrapada bajo los escombros. Junto a ellos nos acercamos y escuchamos los gritos de angustia y de desesperación de los que estaban bajo toneladas de roca, de cemento, de ladrillos, pidiendo ayuda, pidiendo auxilio por sus vidas. Y si bien el terremoto y el maremoto destruyeron muchas cosas materiales, no lograron debilitar ni mucho menos destruir el alma de nuestra nación y el temple de nuestro pueblo.
El alma de un país
Muchos dicen que es en los tiempos de adversidad cuando, como en un espejo limpio y cristalino, se refleja el alma de un país y el temple de un pueblo. Y todos los chilenos y chilenas pudimos apreciar cómo desde las ruinas, desde la tragedia, desde la adversidad, se puso de pie un pueblo valiente, generoso. Pudimos ver no solamente a miles de voluntarios que concurrían con entusiasmo a prestar ayuda a los que más lo necesitaban. Pudimos ver el testimonio de tantos héroes anónimos que arriesgaron sus vidas; incluso muchos perdieron las suyas por salvar las de otros compatriotas a quienes muchas veces ni siquiera conocían. Lo vimos en Constitución, lo vimos en el archipiélago de Juan Fernández, lo vimos en todos los rincones de nuestro país. Pudimos ver también cómo la sociedad civil, en aquellas regiones que no habían sido golpeadas por el terremoto ni asoladas por los maremotos, reaccionó y, como un solo hombre, como una sola mujer, se comprometió a enfrentar el desafío de la reconstrucción.
Vimos cómo nuestras Fuerzas Armadas y de Orden cambiaron la metralleta y el fusil por la pala y el martillo. Y más de 12 mil efectivos se sumaron a ese esfuerzo de reconstrucción.
Habiendo pasado todo esto, algunos creen que el terremoto y el maremoto debilitaron a nuestro país. Yo pienso justo lo contrario. Porque la adversidad refuerza a los países cuando realmente llevan en su alma y en su corazón esa fortaleza que siempre nos ha acompañado.
Chile ha sido un país forjado siempre en la adversidad. Éramos la colonia más pobre durante los tiempos del Imperio Español, separados del mundo por los desiertos más áridos, por las cordilleras más altas, por el océano más extenso. Y a pesar de ello, nunca, nunca fallamos como país ni como pueblo. Pero también es importante reconocer y destacar que el año 2010 fue un año muy duro, aunque también un año muy fecundo. Fue un año que nunca vamos a olvidar y que vamos a llevar siempre muy cerca de nuestros corazones.
El año del Bicentenario
Fue el año del terremoto y el maremoto. Y es bueno recordarlo, porque a veces la memoria es frágil. Fuimos golpeados por uno de los terremotos más devastadores registrados en la historia de la humanidad. Fuimos golpeados por la catástrofe natural más destructiva en la historia de nuestro país. Y, a pesar de ello, fuimos capaces de ponernos de pie, secar nuestras lágrimas, arremangar nuestras mangas y enfrentar la adversidad y asumir el desafío del futuro.
2010 fue también el año del Bicentenario. Son muy pocos los países en el mundo -se cuentan con los dedos de una mano- que han tenido el privilegio de celebrar 200 años de vida independiente como lo hicimos los chilenos: con unidad, con confianza, mirando con optimismo y esperanza el futuro.
Fue el año en que supimos buscar, encontrar y rescatar a nuestros 33 mineros que habían permanecido durante semanas atrapados en las profundidades de una montaña en el Desierto de Atacama.
Fue un año que no pasó en vano. Es verdad, fue un año muy duro, pero también fue un año muy fecundo. Porque los chilenos, lejos de quebrarnos, supimos unirnos, ponernos de pie y enfrentar la adversidad. Y nos comprometimos a reconstruir nuestro país piedra por piedra, ladrillo por ladrillo. Y a eso hemos dedicado nuestros mejores esfuerzos.
Siento que muchos chilenos lograron sacar fuerzas de sus propias debilidades y sacar lo mejor de sí mismos para enfrentar ese año que ya terminó, pero que dejó huellas indelebles en el alma y en el corazón de todos y cada uno de nosotros.
Hemos avanzado mucho en la reconstrucción, y eso lo saben todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Pero también todos sabemos que nos queda un largo camino por recorrer. Haber logrado reconstruir mucho de lo que el terremoto y el maremoto destruyeron nos debe llenar de legítimo orgullo, pero jamás debe significar que bajemos la guardia ni que nos durmamos en los laureles. Porque todos tenemos conciencia que todavía hay muchos compatriotas que siguen estando damnificados, que siguen sufriendo por los efectos de ese terremoto y maremoto, y que merecen y esperan la ayuda solidaria no solamente del Gobierno. ¡Sí, este desafío de la reconstrucción no es solamente un desafío de un Gobierno! Es el desafío de todo un pueblo. Es el desafío de todo un país.
Por eso hoy día celebramos, conmemoramos, recordamos tiempos duros, pero también tiempos felices, porque vimos el dolor, pero también vimos la grandeza, yo quisiera convocar a todos mis compatriotas. En primer lugar, quiero agradecerle a Dios lo mucho que nos ha dado: el don de la vida que nos regala cada uno de los días, la Patria maravillosa con que quiso bendecirnos. Pero también quiero recordar a todos mis compatriotas que en estos tiempos de adversidad, pero también de grandes desafíos, necesitamos unirnos más que nunca. La unidad es el camino para lograr no solamente reconstruir nuestro país, sino que también enfrentar los desafíos del futuro.
Siento que Chile tiene un futuro lleno de oportunidades, un futuro auspicioso. Y somos nosotros los llamados a construir ese futuro. Y por eso los actuales son tiempos de unidad y no de división; son tiempos de grandeza y no de pequeñeces; son tiempos de colaboración y no de obstrucción; son tiempos de generosidad y no de egoísmo; y también son tiempos que requieren coraje y no temor. Yo estoy seguro que en el alma de nuestro pueblo, en el alma de nuestro país están esas virtudes: la unidad, el coraje, la grandeza, la generosidad, las ganas de enfrentar ese futuro.
Durante muchos años, siglos, nuestros padres y nuestros abuelos soñaron con un país sin pobreza, con un país sin subdesarrollo, con un país que sea capaz de darle a todos sus hijos la seguridad de una vida digna que le corresponde a todo ser humano por el solo hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y que le corresponde a cada chileno y chilena por el solo hecho de haber nacido en esta Patria bendita. Pero también soñaron un país capaz de dar oportunidades a todos para desarrollar los talentos que Dios nos dio y para poder avanzar hacia una vida más plena y más feliz. Nuestros padres y nuestros abuelos siempre acariciaron ese sueño, pero nunca lo lograron. Y yo estoy seguro que nos corresponde a nosotros, la generación del Bicentenario, cumplir con ese sueño que tanto tiempo hemos anhelado.
Estoy seguro que unidos vamos no solamente a ser capaces de reconstruir nuestro país mucho mejor que el que teníamos antes que el terremoto y el maremoto nos asolaran con tanta fuerza y con tanta destrucción. Estoy seguro también que nuestra generación va a tener el privilegio de hacer de Chile un país desarrollado, de hacer de Chile un país sin pobreza. Ésa es la meta que nos hemos fijado: que antes que termine esta década Chile pueda ser un país capaz de dejar atrás la pobreza y todas sus secuelas, capaz de dejar atrás el subdesarrollo y todo lo que ello significa, de darle a nuestros hijos una oportunidad de vivir en una Patria que les permita realizarse como personas y desarrollarse junto a su familia.
Por eso en esta noche de tanto significado y de tantas emociones, quiero pedirle a Dios, a ese Dios grande y generoso, que nos ilumine, que nos dé la fuerza, que nos dé la unidad, que nos dé el coraje y que nos dé la sabiduría para estar a la altura de nuestras responsabilidades y para saber enfrentar no solamente los desafíos de la reconstrucción, no solamente los problemas del presente, sino que también las oportunidades del futuro. Y que todos juntos seamos capaces de construir esa Patria grande, hermosa, solidaria, justa, y próspera que estamos llamados todos juntos a construir.
Quiero agradecer en nombre de todos los chilenos a tantos hombres y mujeres que demostraron tanta generosidad y tanta grandeza cuando los tiempos de adversidad golpearon nuestras puertas. Y quiero decirle a tantas chilenas y chilenos que todavía sufren la angustia de no tener un techo definitivo o de no tener acceso como merecen a tantos servicios para que sus vidas puedan ser vidas más dignas, más plenas y más felices: nuestro Gobierno no los ha olvidado ni por un solo segundo.
Les puedo dar fe que hemos trabajado incansablemente, día y noche, y hemos hecho lo humanamente posible. Yo sé que algunos se quejan de que las cosas pudieron haberse hecho mejor. Y tienen razón. Siempre las cosas pueden hacerse mejor, pero quiero que todos mis compatriotas tengan la certeza que nuestro Gobierno, nuestro país, nuestra sociedad ha hecho lo humanamente posible para reconstruir piedra por piedra y ladrillo por ladrillo lo que esa mañana, esa madrugada del 27 de febrero, vimos derrumbarse frente a nuestros ojos.
Quiero pedirle a Dios que nos ayude, porque el camino que tenemos por delante es un camino lleno de oportunidades, pero no es un camino que esté exento de obstáculos y de dificultades. Y por eso, en esta noche tan solemne, tan sentida, de tantas emociones, en que recordamos sufrimientos, pero también recordamos grandeza, quiero levantar mi voz con toda la fuerza del mundo y pedirle a Dios que bendiga a Chile y que bendiga a los chilenos. Quiero también, desde esta localidad, desde este pueblo de Cobquecura, porque fue el epicentro del terremoto más devastador y más destructivo que hemos tenido en la historia de nuestro país, pedirle a ustedes y a todas las chilenas y chilenos que yo sé que también están haciendo vigilia y recordando esa madrugada, como una forma de transmitir la fuerza de la unión, la fuerza del amor, la fuerza de la esperanza, que nos pongamos de pie y que cantemos nuestra Canción Nacional con toda la fuerza y con todo el amor de nuestros corazones.
¡Viva Chile, vivan los chilenos, viva el futuro!