Sebastián Piñera cuenta los días en que se la jugó porque los 33 estaban vivos

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Sebastián Piñera cuenta los días en que se la jugó porque los 33 estaban vivos

30 de Julio de 2015

Foto de Richard Salgado en LUN.

"Sentía que no podía dar muestras de debilidad o flaqueza", dice el ex presidente.

A poco del estreno de la película "Los 33", el ex mandatario revive los primeros 17 días de incertidumbre que sucedieron al accidente en la mina San José, en Copiapó, el 5 de agosto de 2010. Pese a las pocas probabilidades de encontrar a los mineros vivos, su terca determinación de seguir adelante con la búsqueda se tradujo en el comienzo del éxito del rescate.

5 de agosto, derrumbe en la mina San José, en Atacama. “El accidente fue el 5 de agosto, tipo siete de la tarde. Yo estaba en Ecuador, reunido con el presidente Rafael Correa en el Palacio de gobierno Carondelet. En ese instante mi asesora de prensa me entregó un papel con las principales noticias de Chile. Rápidamente miré el papel y me concentré en la noticia número siete, que decía que hubo un derrumbe en una mina en Atacama. Le pedí a mi asesora que investigara más esa noticia. Ella llegó media hora después y me dijo que era un derrumbe en una mina muy antigua, que había mucha incertidumbre y que se presumía que habían mineros atrapados”.

“Estaba presente el ministro de Minería, Laurence Golborne, y le pedí que volviera a Chile. Desde el primer instante comprendí que un accidente de esa naturaleza en una mina que se explotaba desde el siglo XIX, requería una acción decidida y efectiva del gobierno. Si bien era una mina de propiedad privada, uno entendía que los dueños de la mina no tenían posibilidad de llevar adelante un rescate de gran magnitud. El Estado no podía dejar de asumir su responsabilidad”.

6 de agosto, equipos de rescate reforzaron la ventilación de la mina San José, para comunicarse con los supuestos sobrevivientes. “Fui a Bogotá, Colombia. El 7 de agosto era el cambio de mando entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Les informé que no podía quedarme al cambio de mando y debía volver a Chile. Aterricé en el aeropuerto de Copiapó y me encontré con Laurence Golborne, con el ministro de Salud, Jaime Mañalich, la intendenta Ximena Matas y me plantearon la situación. Era trágica. El derrumbe era gigantesco y era probable que todos los mineros estuvieran muertos y las posibilidades de encontrarlos con vida eran nulas. Había mucha discusión si había agua, alimentos; si la temperatura era alta, si había humedad y todos esos factores apuntaban a que las posibilidades de encontrar sobrevivientes eran casi nulas. Ahí decido ir a la mina”.

7 de agosto, un nuevo derrumbe hizo fracasar rescate. “Llegué a la mina de noche y me encontré con un panorama desolador. Se habían producido varios derrumbes y supe que la chimenea también se había derrumbado. Después de recibir esta información, me reuní con los familiares y comenzaba a nacer el campamento Esperanza. Me junté con ellos en una carpa y les informé de las características de la tragedia. En la tradición minera se hace una búsqueda, pero si no hay resultados se ponen cruces en la superficie. Les expliqué las condiciones de la mina, la gravedad de lo ocurrido y ellos expresaban una desesperación enorme. Se daban cuenta del peligro y la gravedad que involucraba el derrumbe. ¿Qué va a hacer usted? Me pedían un compromiso. Asumí el compromiso. No podía ocultarles la gravedad del accidente, pero les dije que los íbamos a buscar como si fueran nuestros propios hijos. “Vamos a hacer lo humanamente posible para ir a buscarlos”. Eran 800 mil toneladas de roca que habían caído. Ese fue un compromiso inquebrantable. Fue un periodo de búsqueda y yo volví a Santiago”.

8 de agosto, máquinas comenzaron a perforar la roca para enviar agua. “Me fui a La Moneda y tomé contacto con las principales empresas mineras del país, con Codelco, y con empresas privadas. Llamé a gobiernos amigos con experiencia minera como Australia, Estados Unidos, Canadá y Perú”.

9 de agosto, tres perforadoras entraron en acción. “Volví a la mina con los ingenieros de Codelco Andrés Sougarret y Nelson Pizarro, que habían sido recomendados por las empresas mineras nacionales como las mejores personas para liderar el tema. Nos fuimos en avión y, en el camino, les fui haciendo una breve descripción de lo que teníamos. Nosotros pensamos que el derrumbe había ocurrido entre 200 y 300 metros de profundidad. En el vuelo, les hice estos gráficos (los muestra). Fueron los primeros mapas del vuelo entre Santiago y Copiapó. Cuando llegamos, le pedí a Sougarret que asumiera desde el punto de vista técnico las labores del rescate”.

10 de agosto, sondaje que llevaba 300 metros tuvo que detenerse.“Entre el 9 y el 10 de agosto hubo malas noticias. Entre ellas varios derrumbes. Los rescatistas habían penetrado por la rampa y se encontraron con que estaba destruida. Había discusión respecto a la ventilación en el lugar, al agua, al alimento, porque muchos tenían enfermedades crónicas y no tenían sus medicamentos. Esa angustia por la urgencia estaba en mi cabeza, la idea de llegar a tiempo, porque ¿qué pasaba si llegábamos y estaban todos muertos?”

12 de agosto, el sondaje más avanzado llevaba 420 metros de profundidad: “Ese día en La Moneda yo estaba en mi oficina y tenía prendido, sin audio, los canales de televisión que trasmitían en vivo. Escuché las palabras de Golborne, que decía que las probabilidades de encontrar a los mineros con vida eran muy bajas. Eso produjo una reacción muy fuerte en los familiares. En ese instante, luego de hablar con él, decidí bajar al Patio de los Naranjos y dije que mantenía plenamente viva la esperanza de encontrar a los mineros con vida.Estamos cumpliendo nuestro compromiso haciendo todo lo humanamente posible , dije. Yo tenía esa fe, esa convicción, y compromiso de buscarlos como si fueran nuestros hijos. Golborne había hablado el 10 de agosto de frustración por no saber si los mineros estaban con vida o no, pero yo sentía que no podía dar muestras de debilidad o flaqueza”.

14 de agosto, arribaron dos equipos de precisión desde Estados Unidos y una sonda alcanzó los 177 metros de profundidad. “Ese día volví a la mina. Dado el rol que había asumido y dada la conmoción, yo sentía la responsabilidad de liderar el proceso. Ya habría tiempo para lágrimas y recriminaciones. Por esa razón, cuando me encontré con declaraciones que provocaban un desánimo y una pérdida de fe, sentí que había que reafirmar el compromiso adquirido”.

21 de agosto, una sonda alcanzó los 644 metros y se esperaba que llegara a la zona del refugio en cualquier momento. Días antes hubo situaciones complejas: se detectó que uno de los ductos de ventilación ya no existía y las máquinas de sondaje realizaban sus labores con lentitud. “Mientras se realizaba la búsqueda, perforando la tierra, trabajábamos ya cómo hacer el rescate. En la madrugada del 22 el padre de Cecilia, mi mujer, Eduardo Morel, estaba en las últimas etapas después de una penosa enfermedad. Estábamos con él, en su casa, muy tarde la noche del sábado. Mi mujer decidió volver a la casa. Yo me quedé con él un rato más. Él recuperó la conciencia unos momentos y me dijo: Los mineros están vivos, tu deber es rescatarlos con vida . Poco después el murió, en la madrugada del 22 de agosto. Con Cecilia decidimos que yo debía partir de inmediato a la mina San José. Yo tenía la convicción de que estaban vivos. Se hicieron más de 70 intentos de sondajes y estaban trabajando varias máquinas de forma simultánea con tecnologías distintas. Había dificultades porque las máquinas avanzaban y se rompían los taladros. Otras máquinas pasaban de los 750 metros de profundidad, por lo tanto, cuando habíamos penetrado los 750 metros nos dábamos cuenta de que no le habíamos apuntado”.

22 de agosto, a las 14 horas, en una de las sondas enviaron un papelito en el que estaba escrito: “Estamos bien en el refugio los 33”: “Partí temprano a la mina. Al llegar, casi simultáneamente, me encuentro que una de las sondas llegó al refugio de los 33. Cuando la sonda salió, se notó que habíamos llegado a una parte porque, cuando se retiró la sonda, lo primero que se vio fue que el taladro estaba con pintura roja y venía en un pedazo plástico adherida a la máquina, con el papel. Eso fue lo definitivo porque era un mensaje que lo decía todo. Ahora venía la etapa para sacarlos de ahí. La cápsula Fénix, ya la habíamos mandado a hacer”.

“Esa angustia por la urgencia estaba en mi cabeza, la idea de llegar a tiempo, porque ¿qué pasaba si llegábamos y estaban todos muertos?”

Sebastián Piñera.

Publicado en Las Últimas Noticias el 30 de julio de 2015.