Bicentenario: Tiempos de reflexión y acción

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Bicentenario: Tiempos de reflexión y acción

La Segunda
23 de Noviembre de 2010

 

Chile ha cumplido 200 años de vida independiente. Sólo 20 de las 198 naciones que existen en el planeta pueden decir lo mismo. Por tanto, es tiempo de balance y de hacernos una pregunta muy simple pero, a la vez, muy profunda: ¿lo hemos hecho bien o mal?

Y la respuesta es “depende”. ¿Depende de qué? Depende con quien nos comparemos. Y también, de qué tan grande son nuestros sueños.

Si nos comparamos con América Latina, la verdad es que lo hemos hecho muy bien, especialmente en los últimos 25 años, en que pasamos de ser uno de las naciones más pobres del continente, al país con el mayor ingreso per capita de la región. Si nos comparamos con el resto del mundo, la respuesta es que lo hemos hecho más o menos. Chile es, en el concierto mundial, un país “de clase media”. Pero si nos comparamos con el exclusivo grupo de países que han alcanzado el desarrollo, la conclusión es que ellos lo han hecho mucho mejor que nosotros y nosotros tenemos mucho que aprender de ellos.

Ese es el balance, de dulce y agraz. Vamos ahora a los sueños. ¿Qué tan lejos queremos llegar?

La gran meta, la gran misión, el gran desafío de nuestra generación, la generación del Bicentenario, es una sola: ser el primer país de América Latina que derrota la pobreza, deja atrás el subdesarrollo y crea una sociedad capaz de dar verdaderas oportunidades de progreso material y espiritual para todos sus hijos. Es cierto, se trata del mismo sueño que nuestros padres y abuelos siempre acariciaron, pero nunca alcanzaron. ¿Por qué ahora habría de ser distinto?

Porque el mundo cambió. Ya no existe la cortina de hierro, que por décadas dividió al mundo occidental y oriental en bandos irreconciliables. Y la globalización y las nuevas tecnologías derribaron también aquel otro muro, que por siglos separó a los países ricos y prósperos del norte, de las naciones pobres y subdesarrolladas del sur.

Pero su derrumbe dejó al descubierto un tercer muro, menos visible que los anteriores pero tanto o más nocivo y perjudicial. Un muro que nos ha acompañado desde siempre, separando a los espíritus anquilosados que viven de la nostalgia, que le temen al futuro y que piensa que todo tiempo pasado fue mejor, de aquellos espíritus jóvenes, creativos y emprendedores que abrazan el futuro sin temores y piensan que lo mejor está siempre por venir. Un muro que nos dejó abajo del carro de la revolución industrial en el siglo XIX, y que explica que aún hoy seamos subdesarrollados. Un muro que tendremos que derribar si no queremos llegar tarde también a la nueva revolución, la revolución de la sociedad del conocimiento, la tecnología y la información, que está golpeando nuestras puertas y que será muy generosa con los países que quieran abrazarla, pero tremendamente indiferente, e incluso cruel, con aquellos que la ignoren y la dejen pasar.

¿Cómo lo haremos? Primero, fortaleciendo los tres pilares básicos sin los cuales no es posible que el desarrollo germine y las oportunidades florezcan: una democracia estable, vital y participativa, en el orden político; una economía social de mercado, libre competitiva y abierta al mundo en el campo económico; y un estado fuerte y efectivo en la lucha contra la pobreza y en la promoción de una mayor igualdad de oportunidades.

Pero para construir sobre roca y no sobre arena, ni siquiera lo anterior será suficiente. En este siglo XXI, debemos invertir también en los pilares de la sociedad moderna. Me refiero al desarrollo del capital humano de nuestra gente, que es la mayor riqueza de que disponemos. Al fomento de la innovación y el emprendimiento, que son los únicos recursos realmente inagotables con que contamos. A la inversión en ciencia y tecnología, que abrirá oportunidades insospechadas en el futuro. Y a la promoción de mercados y sociedades más dinámicas y flexibles, que nos permitan adelantarnos a los cambios para poder conducirlos, y no tener que ir siempre detrás de ellos, tratando de entenderlos.

Estas son nuestras metas. De nosotros depende que ese sueño de un Chile desarrollado y sin pobreza, que tan esquivo nos ha sido en nuestros primeros 200 años de vida independiente, deje de ser sólo eso, un sueño, un espejismo y una ilusión, y se transforme en la gran misión y en una realidad para nuestra generación, la generación del Bicentenario.

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