Chile rumbo al Desarrollo

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Chile rumbo al Desarrollo

The Economist, La Tercera
15 de Diciembre de 2013

Estamos a fin de año y acercándonos al término de nuestro gobierno. Es tiempo de tomarnos una pausa, salirnos por un momento de la coyuntura, levantar la mirada y hacer un repaso, breve pero integral, de lo mucho que los chilenos hemos hecho juntos en estos casi cuatro años en favor de nuestro país y especialmente de los más vulnerables y nuestra clase media. Porque en la vida de los gobiernos hay tiempos para asumir compromisos y tiempos para rendir cuentas de su cumplimiento. Y así como los candidatos tienen la libertad de hacer promesas, los Presidentes tenemos la obligación de dar cuentas de nuestras obras. 

 

Yo recuerdo muy bien los compromisos que asumí como candidato el año 2009. En esa oportunidad planteé que después de doce años de vacas gordas, el período 1986-1997, que fue conocido como el milagro chileno, Chile había perdido su liderazgo y dinamismo y estábamos completando un período de 12 años de vacas flacas, el período 1998-2009, bautizado por algunos medios extranjeros como la Siesta de Chile. Y que eso explicaba que el crecimiento de Chile cayera a la mitad, que la creación de empleos se debilitara, que la pobreza y las desigualdades aumentaran y que la meta de alcanzar el desarrollo para el Bicentenario, prometida sucesivamente por dos Presidentes, en vez de acercarse se viera cada vez más lejana. Pero también hablé de los enormes desafíos y oportunidades que este siglo XXI, caracterizado por la sociedad del conocimiento y la información, nos estaba abriendo. Y que si bien sabíamos que este mundo nuevo sería muy generoso con los países que se decidieran a abrazar esas oportunidades, sería indiferente, e incluso cruel, con los países que simplemente las dejaran pasar.

 

En suma, teníamos todo para recuperar el tiempo perdido y dar un cambio de ritmo y rumbo a nuestro país y cumplir así la gran misión de nuestra generación: hacer de Chile, antes que termine esta década, un país desarrollo, sin pobreza, más justo y con verdadera igualdad de oportunidades para todos sus hijos e hijas.

 

Ese fue, a fin de cuentas, el sueño que nuestros padres y abuelos siempre acariciaron, pero nunca alcanzaron. Ese fue mi principal compromiso como candidato. Y ese ha sido, es y seguirá siendo, hasta el último día de mi mandato, mi mayor motivación como Presidente.

 

Para lograrlo, presentamos al país un programa de gobierno con metas ambiciosas pero factibles de alcanzar, como crecer en torno al 6% promedio anual, crear un millón de nuevos empleos en cinco años, derrotar la pobreza extrema, reducir las desigualdades excesivas, mejorar la calidad y equidad de la educación y la salud y avanzar en Chile hacia una verdadera cultura del emprendimiento y la innovación, entre muchas otras.

 

Por cierto, nos ha tocado gobernar en tiempos difíciles: heredamos una economía con claros signos de fatiga y un alto déficit fiscal. Tuvimos que asumir el desafío de la reconstrucción tras el devastador terremoto y maremoto del 2010. Hemos debido enfrentar una crisis de la economía mundial, que comenzó el 2008 pero aún está lejos de terminar. Y llevamos cinco años de profunda sequía en parte importante del territorio nacional. Pero nada de esto ha sido una excusa para postergar ni, menos aún, evadir nuestros compromisos. Por eso, dejemos ahora que sean las cifras, los hechos y las obras las que hablen con toda su fuerza y elocuencia.

 

En el campo económico, en los últimos 3 años Chile ha crecido en promedio al 5.8% anual, casi el doble que en el período anterior, superando a América Latina y el mundo y liderando a los países de la OECD.  Nuestro PIB per cápita a paridad de poder de compra, que el año 2009 rondaba los U$15 mil, hoy se acerca a los U$20 mil. Esto ha permitido que Chile, la colonia más pobre de España en América y que hasta hace sólo unas pocas décadas estaba en la medianía de la tabla de nuestra región, tenga hoy el mayor ingreso per cápita de América Latina.

 

Nada de esto es casualidad, ni un milagro, ni una reactivación pasajera. Es fruto de políticas públicas responsables y sostenibles en el tiempo; del esfuerzo mancomunado de empresarios y trabajadores; y de un gobierno que ha desatado las alas de la libertad, la creatividad, la iniciativa individual, el emprendimiento y la innovación, que hoy están latiendo con más fuerza que nunca en los corazones de millones de chilenas y chilenos.

 

En efecto, en estos casi cuatro años, hemos creado más de 230.000 nuevos emprendimientos y 860 mil nuevos puestos de trabajos, lo que nos tiene hoy, por vigésimo segundo mes consecutivo, en una situación muy cercana al pleno empleo, que no habíamos conocido en décadas. Mejor aún, cerca del 60% de esos nuevos empleos han favorecido a mujeres y más de dos tercios de los mismos son de buena calidad, pues cuentan con contrato escrito e indefinido, seguro de desempleo y cotizaciones previsionales y de salud.

 

Esto, a su vez, nos ha permitido aumentar significativamente la participación laboral de las mujeres; mejorar en un 15% los salarios reales de los trabajadores privados y en una cifra aun mayor los del sector público, y alcanzar un sueldo mínimo de $210.000, el más alto de América Latina, y un 27% superior al que existía cuando asumimos.

 

Además, cada punto adicional de crecimiento aporta US$600 millones adicionales al Estado, lo que significa U$15 mil millones en cuatro años, mucho más que cualquier reforma tributaria que haya sido planteada hasta ahora. Estos recursos nos han permitido reconstruir en solo cuatro años casi todo lo que el terremoto y maremoto destruyeron; reducir significativamente la pobreza y la desigualdad; financiar el kínder obligatorio universal; aumentar y extender la subvención escolar preferencial; casi cuadruplicar las becas de educación superior; construir 800.000 nuevas viviendas sociales favoreciendo a tres millones de compatriotas de los sectores más vulnerables y de clase media, equivalentes a toda la población de las regiones de Valparaíso, Antofagasta y La Araucanía sumadas; eliminar el 7% de salud a un millón de jubilados; construir casi 60 consultorios, 22 hospitales y dejar otros 42 en diseño o en obra; terminar con las listas de espera Auge y reducir significativamente las no Auge; financiar programas tan importantes como el Ingreso Ético Familiar; aumentar significativamente las pensiones solidarias; aumentar de tres a seis meses el postnatal y triplicar su cobertura; entre muchas otras políticas públicas que están cambiando para mejor la calidad de vida de millones de compatriotas.

 

Pero el crecimiento también está impactado positivamente en los indicadores no tradicionales de desarrollo. Por ejemplo, durante nuestro gobierno el tamaño promedio de las nuevas viviendas creció de 66 a 77 m2, lo que equivale a una pieza adicional; los asistentes al cine aumentaron de 14 a 20 millones de personas; el número de automóviles nuevos vendidos se duplicó, alcanzando a 338 mil el año pasado, incrementando el parque automotriz a cuatro millones, lo que significa que hoy hay un automóvil por cada cuatro chilenos; las conexiones a TV digital o por cable crecieron en un 23%, los teléfonos celulares aumentaron en un 50%, llegando a 24 millones y el acceso a internet móvil creció en siete veces; el número de chilenos que viajaron al extranjero pasó de 2.9 a 3.9 millones al año y el número de chilenos que salió de vacaciones dentro del país creció de 4.8 a 8.5 millones, lo que explica en parte los problemas de congestión de nuestros aeropuertos y carreteras en épocas de feriados o vacaciones. En fin, de todo esto y mucho más explican que Chile sea hoy un país con más y mejores oportunidades para todos.

 

En suma, al volver la mirada atrás y contemplar el camino que los chilenos hemos recorrido desde el 11 de marzo de 2010, podemos comprobar con legítima alegría y orgullo que Chile es hoy un país mucho mejor para nacer, para estudiar, para trabajar, para formar un hogar, para envejecer, para hacer deporte, en fin, para vivir, que el que era hace sólo cuatro años atrás.

 

Pero también es cierto que para llegar al desarrollo, estamos recién a mitad de camino. Aún nos falta un largo trecho para alcanzar la cima. Y los montañistas saben que si bien la segunda mitad del ascenso a la cumbre es siempre la más hermosa, es también la más difícil. Que nadie se equivoque: todavía tenemos muchos problemas por resolver, obstáculos por superar y desafíos por enfrentar.

 

Por eso, en estos tiempos en que tantos países están sumidos en profundas recesiones y crisis, necesitamos más que nunca cuidar a Chile y mantener el timón firme para evitar las únicas dos verdaderas amenazas que tenemos por delante: la de dejarnos vencer por el conformismo y la apatía, por una parte, y la de rendirnos al populismo y la demagogia, por la otra. La primera, recurre a todo tipo de excusas para evadir nuestras responsabilidades y no hacer ahora las reformas que necesitamos para seguir creciendo y desarrollándonos. Y la segunda, exige que resolvamos todos los problemas, incluso aquellos que se arrastran por décadas, aquí, ahora y a cualquier costo. Ambas son distintas en su origen, pero idénticas en su resultado: pan para hoy y hambre para mañana. Y por ello no nos cansaremos de denunciarlas, enfrentarlas y rebatirlas, en cada oportunidad que tengamos.

 

Quisiera terminar estas palabras invitando a todos mis compatriotas a fortalecer la unidad nacional. Porque en la unidad está la raíz de nuestra fuerza y en la división el germen de nuestra debilidad. Unidad nacional que no significa que gobierno y oposición confundamos nuestros roles ni, menos aún, renunciemos a defender y promover nuestros valores, principios, ideas y convicciones. Significa simplemente no olvidar que, más allá de nuestras legítimas diferencias, es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos separa. Porque a fin de cuentas todos somos hijos del mismo Dios, todos amamos con pasión a Chile y todos queremos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos.

 

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