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Último Fin de Semana de Febrero

Era el último fin de semana de febrero. A las 3:34 de la mañana del sábado 27, cuando la gran mayoría de los habitantes entre Valparaíso y La Araucanía dormía, ocurrió lo que suele suceder en Chile, pero que nunca deja de ser inesperado: el movimiento de la placa de Nazca deslizándose bajo la placa Sudamericana produjo un terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter, que sacudió a la zona central de Chile a lo largo de 630 kilómetros de profundidad.

Durante casi dos minutos, bajo un ruido indefinible los edificios temblaron, los transformadores de electricidad de las ciudades lanzaron ráfagas de luz al cielo, rodados cayeron de los cerros, techos de desplomaron, vidrios saltaron en pedazos, grietas rompieron los muros y, al interior de las casas, casi todo lo que estuviera en altura buscó el suelo. Después de 110 segundos eternos, las placas se dieron por vencidas y el Valle Central se quedó a oscuras y en un silencio interrumpido solamente por los ladridos de los perros y las voces de angustia.

Poco a poco comenzaría a conocerse  lo ocurrido: El hospital de Parral, un edificio de 1934, colapsó y en su caída  murieron  dos pacientes. Siete miembros de una familia fallecieron aplastados por un silo que se derrumbó en Lonquén. El puente Llacolén, de 2.157 metros de longitud, el segundo más largo de Chile y que une las comunas de Concepción con San Pedro de la Paz, perdió una sección de cuatro pistas de ancho. En Linares la iglesia de los Salesianos se vino abajo. En Curicó el edificio donde funcionaba el diario  La Prensa, perdió su fachada frontal y toda la estructura de su techumbre. En la Plaza de Armas de Talca, el edificio de la Intendencia del Maule, declarado monumento nacional, sufrió tales daños estructurales que a los pocos días debió ser evacuado. La ruta 160, que une Concepción con Lebú, se rajó, partió y cayó pendiente abajo en secciones completas. En el aeropuerto Arturo Merino Benítez de Santiago se desplomaron los cielos flotantes junto con lámparas, cajas de aire acondicionado y algunas pasarelas. A lo largo de la carretera urbana de Américo Vespucio Norte, en Santiago, se cayeron dos pasos sobre nivel y un enlace. En el cerro O’Higgins de Constitución, un block de departamentos de tres pisos, entregado por el Serviu en 1998, se desplomó sobre el primer piso: ocho personas murieron, entre ellas, tres niños y un recién nacido, de sólo seis meses. En Maipú, el edificio Don Tristán, de cuatro pisos, construido cinco años antes, colapsó y resultó inhabitable. El edificio  Alto Río en Concepción, habilitado hace apenas un año, quedó literalmente acostado en el suelo, caída que le costó la vida a ocho personas y dejó a siete gravemente heridas.

La llegada del Tsunami

Trece, catorce y quince minutos después de finalizado el sismo, las primeras olas golpearon la costa de San Antonio, Pichilemu y Constitución, lugar donde las olas entraron por la desembocadura del río Maule e inundaron la isla Orrego, donde había entre 50 y 100 personas acampando de vacaciones.

A las 03:55 de la mañana, Talcahuano y Caleta Tumbes conocieron la primera subida del mar. A las 04:15 una segunda ola atacó Pichilemu. Entre las 04:20 y las 04:30 otra gran ola devastó gran parte del pueblo San Juan Bautista, en la isla Robinson Crusoe del archipiélago Juan Fernández.

El sábado 27 de febrero Chile amaneció muy distinto a cómo se había acostado la noche anterior. A los 15 días de la tragedia, las autoridades informaron que el total de fallecidos había llegado a 551 personas. Los daños materiales fueron cuantiosos y, a seis meses, el catastro realizado por el gobierno era abrumador. 

  • 370  mil viviendas destruidas o dañadas, el 11% del total de la zona afectada, aunque en algunas localidades el daño superó el 70%. La catástrofe  afectó severamente  la macro zona metropolitana del gran Concepción, cinco ciudades con más de 100 mil habitantes, 45 ciudades sobre los cinco mil habitantes y más de 900 pueblos y comunidades rurales y costeras.

  • 79  hospitales  dañados: 17 resultaron completamente inhabilitados y 62 con serios daños, ocho de ellos de tipo estructural. En ellos, se perdieron 4.249 camas existentes en la zona afectada y 167 de los 439 pabellones.

  • 6.168 establecimientos educacionales dañados, lo que afectó a más de 2.095.671 alumnos, impidiéndoles iniciar el año escolar.

  • 1.700  puntos de daños en la infraestructura pública, entre ellos, 748 sistemas de obras de agua potable rural, 397 caminos, 211 puentes, 88 accesos, 130 inmuebles fiscales, 130 embalses o tranques y 9 aeropuertos. La mayor destrucción se registró en las regiones del Bio-bío y el Maule, que concentraron el 23,5% y 22,4% del daño, respectivamente.

  •  20 mil pequeñas  y medianas empresas  ubicadas entre  las regiones de O’Higgins y Bio-bío terminaron con daños significativos en sus instalaciones físicas y su capital de trabajo, lo que impidió retomar sus labores en el corto plazo.

  • 380 millones de dólares de daños en infraestructura del sector agrícola, con un total de 206 obras de riego afectadas. En la industria del vino se estimó una pérdida de 430 millones de dólares.

  • 1.100 pescadores  artesanales vieron dañadas sus embarcaciones,  mientras  que 3.500 recolectores  de orilla y buzos perdieron sus implementos de trabajo.

  •  72 bibliotecas resultaron con daños de algún tipo en su infraestructura  y al menos 162 monumentos históricos y zonas típicas sufrieron un destino semejante.

  •  El daño total, público y privado, se evaluó entonces en 29.663 millones de dólares, equivalentes al 18% del producto interno bruto (PIB) del año 2009. De este monto 70,6% se estimó en pérdida de infraestructura.

  • Las imágenes de barcos varados en la mitad de la ciudad, autos volcados en puentes, carreteras destruidas, cuadras y cuadras de escombros coparon las portadas de los diarios chilenos, los noticiarios de televisión y formaron parte del paisaje de todos los días.

El domingo 28 de febrero, el Presidente electo, Sebastián Piñera, visitó Talca y Chillán y, pasadas las ocho de la noche, se reunió con la Presidenta Bachelet para analizar la catástrofe y dar una señal de unidad frente a los desafíos que el país enfrentaba. Durante los días siguientes instó a sus ministros y subsecretarios a informarse con detalle del diagnóstico y las acciones que se estaban  llevando adelante y exigió también a todas las carteras que planificaran ahorros en sus  presupuestos, para poder enfrentar las necesidades de la catástrofe y la reconstrucción.